LECTURAS INTERESANTES N° 417
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LIMA PERU            24 FEBRERO 2010
El Estado como molino de viento 
Raúl Zibechi
  Si hay algún fantasma recorriendo América Latina, por recuperar la célebre 
frase que encabeza el Manifiesto Comunista, es el de la resistencia india 
comunitaria, en sierras y selvas, y ahora muy especialmente en la Amazonia 
sudamericana. En los últimos años, naciones enteras resisten la expansión de la 
minería y la explotación de los hidrocarburos, así como los monocultivos que 
devoran las tierras nativas. Esa resistencia ha sido tan potente en el Perú 
neoliberal de Alan García como en la Venezuela bolivariana de Hugo Chávez y en 
el Ecuador de la revolución ciudadana de Rafael Correa.
 Todos recordamos la masacre de Bagua (Perú), donde miles de indígenas 
resistieron en nombre de la vida, eso que nosotros llamamos naturaleza, hace 
unos meses, la política oficial de promover la explotación de la Amazonia. La 
masacre perpetrada el Día Mundial del Medio Ambiente, 5 de junio, forma parte 
de una larga guerra por la apropiación de los bienes comunes, apoyada en la 
firma del TLC entre Perú y Estados Unidos. Los hechos del 5 de junio dejaron un 
centenar de heridos de bala y entre 20 y 25 muertos por el empeño de parcelar 
63 millones de hectáreas en grandes propiedades para facilitar el ingreso de 
los negocios multinacionales.
 A fines de septiembre se registró un nuevo levantamiento indígena en Ecuador, 
esta vez en defensa del agua, amenazada por la minería a cielo abierto. Las 
organizaciones indias se enfrentaron a un gobierno que se proclama 
antineoliberal, partidario del “socialismo del siglo XXI” y que impulsa una 
“revolución ciudadana”, que hizo aprobar la Constitución más avanzada en 
materia ambiental, a tal punto que declara a la naturaleza como sujeto de 
derecho. Pese a que hubo un muerto, el conflicto se desactivó al abrirse un 
diálogo entre el gobierno y la Conaie, con la promesa de Correa de modificar 
las leyes de aguas y de minería.
 El 13 de octubre, el conflicto que involucra a comunidades yukpa en la cuenca 
del Río Yaza, en Zulia (Venezuela), se saldó con dos muertos. Ganaderos y 
mineros vienen despojando a los indígenas de sus tierras y forzando su 
desplazamiento, avalados por el manejo irresponsable de funcionarios con 
competencias en materia de ambiente, tierra y pueblos indígenas, según 
denuncian organizaciones venezolanas. Según un comunicado, éstos “se han 
encargado de fragmentar a las comunidades mediante el manejo clientelar de 
programas de vivienda, compra de camiones y otorgamiento de créditos para los 
consejos comunales que son parte del Plan Yukpa, con el fin de lograr su apoyo 
incondicional para la firma de unas propuestas de demarcación” de las tierras 
que “constituyen una manera de mantener la presencia y privilegios de 
hacendados y parceleros condenando a los indígenas a la exclusión”.
 En el fondo de estos conflictos laten dos modos de estar en el mundo. El 
concepto de “desarrollo”, tan apreciado por las izquierdas, no pertenece al 
universo conceptual de los pueblos originarios del continente. Se trata de una 
propuesta neocolonial que busca atrapar los bienes comunes para convertirlos en 
mercancías. El modelo extractivista les resulta ajeno, entre otras razones 
porque sólo reciben los perjuicios materializados en la destrucción del medio 
donde viven.
 Hay algo más, sumamente importante. El Estado-nación es una construcción de 
Occidente que nada tiene que ver con las tradiciones indígenas. ¿Existe alguna 
relación entre el extractivismo y los Estados? Creo que un país, un 
Estado-nación, tiene una lógica por la cual no puede carecer de un modelo de 
producción que le garantice estabilidad, previsibilidad, garantías de poder 
cumplir con su objetivo central que es la reproducción del Estado, o sea de las 
relaciones sociales que podemos llamar estatalidad. Los Estados, como toda 
institución, son relaciones, modos de hacer; no cosas u objetos. El objetivo de 
cualquier Estado es seguir siendo Estado, reproducir las relaciones sociales 
que hacen la estatalidad. Son profundamente conservadores, y eso es intrínseco 
al Estado.
 En las tradiciones indias no hay Estado —salvo el impuesto por los 
conquistadores, muchas veces asumido por los conquistados— sino comunidad, que 
funciona con una lógica totalmente opuesta. No es ni mejor ni peor, 
sencillamente diferente. Desde el punto de vista de la emancipación, la 
comunidad puede ser tan opresiva como el Estado. En todo caso, vale 
preguntarles a las mujeres y los jóvenes. Una diferencia clave es que el 
Estado-nación es una relación social capitalista; la comunidad no es 
capitalista, es comunidad. El Estado existe para la acumulación de capital; la 
comunidad para la comunidad, para perpetuar el tipo de relación entre sus 
miembros y, por tanto, con el llamado entorno. El Estado sobrevive depredando 
el entorno; la comunidad sólo sigue siendo si lo conserva.
Desde el momento en que el socialismo del siglo XXI es un socialismo estatal, o 
como se quiera denominar a un régimen de Estado, es naturalmente opuesto y 
antagónico a la lógica comunitaria, o sea india. Esto es algo que todos los 
partidarios del socialismo deberían reflexionar, desde los bolivarianos hasta 
las FARC. La lógica estatal, en su formato partido, sindicato o el que sea, es 
incompatible no sólo con los modos de vida indígenas, sino también con el 
ambiente y con la vida humana medianamente libre. En ese sentido, las 
comunidades indias no necesitan la minería ni la explotación de hidrocarburos; 
sólo necesitan controlar que los depredadores del ambiente y de los seres 
humanos, no se pasen de la raya. Pierre Clastres, el antropólogo que vivió con 
los guayakis, fue muy claro cuando comprendió que toda la energía de la tribu 
está destinada a impedir que los jefes —que siempre los hay— tengan poder. 
Cuando los jefes adquieren
 poder, se instala una lógica de separación con la que los seres se convierten 
en medios en vez de seguir siendo fines.
 En buen romance, socialismo y Estado son antagónicos. La comunidad es 
socialismo-comunismo; el capitalismo sólo sobrevive gracias al pulmón Estado. 
Los partidarios del socialismo deberíamos reflexionar que no se trata de mayor 
o menor radicalidad de los procesos; que no se trata de más reformas, de más 
nacionalizaciones, etcétera. Sino de alfombrar el camino del socialismo con 
otros tapices que no estén tejidos con las hebras estatales. Esto sí sería una 
revolución cultural, social, política, paradigmática ¿estética? Ah: no es un 
debate teórico; por lo menos en América Latina es parte de nuestras realidades.
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