MADRID. Más de quince años llevaba Pedro Corral
olfateando en los viejos escenarios de la guerra civil como buscador de
herrumbrosos tesoros bélicos: balas, cascos, correajes, obuses y granadas
entre trincheras y búnkeres abandonados en el valle del Jarama, las ruinas
de Belchite, el Hayedo de Montejo o los riscos de la Sierra de Guadarrama,
hasta que por fin ha encontrado una historia que no era sólo de vencedores
o sólo de vencidos, sino de hombres doblemente abatidos por los vencedores
y los vencidos. «Se trata de un episodio oculto de nuestra guerra civil
que tiene como protagonista a la 84 Brigada Mixta del Ejército Popular de
la República, integrada por combatientes que se habían alistado en las
milicias nada más estallar la guerra. Esa brigada tuvo su hora culminante
en la toma de Teruel. A ella rindió la plaza el coronel Rey D´Harcourt,
que la había defendido honrosamente y a quien luego los nacionalistas
abrirían proceso por haberla entregado. El general Rojo, jefe del Estado
Mayor, celebró no sólo el arrojo de aquellos soldados, sino también el
trato humanitario y ejemplar que dieron a los sitiados en la derrota...
Pues bien, después de haber logrado la única victoria militar de la
República, tan sólo unos días después de aquella gesta coronada en uno de
los inviernos más crueles que se recuerdan, resulta que 3 de sus
sargentos, 12 de sus cabos, 30 soldados y un tambor fueron ejecutados
sumariamente. Yo tuve noticia de esos fusilamientos -perpetrados cerca de
Rubielos, seguramente en el bosque de Piedras Gordas- por una breve reseña
que cayó en mis manos, y luego fui atando cabos, hasta que caí en la
cuenta. Eran los héroes de Teruel que habían transitado de la gloria al
paredón en 12 días. Ningún libro sobre la guerra civil daba cuenta de este
episodio».
Una tragedia clásica, como Medea
A Pedro Corral
le subyugó desde el primer momento esta historia porque «era, en primer
lugar, un drama humano. Una tragedia clásica. Resulta que quien ordenó la
matanza, el teniente coronel Andrés Nieto Carmona, que había sido un
excelente alcalde socialista de Mérida, hizo representar allí por la Xirgú
la «Medea» de Eurípides, función a la que asistieron Azaña y Unamuno,
entre otras personalidades de la época. Como Medea, que entrega a sus
hijos a la muerte, Nieto Carmona ejecuta a sus hombres cuando debía
haberlos cuidado. Por ello, pongo en el frontispicio del libro una cita de
esa tragedia: «La justicia no reside en los ojos de los
mortales»».
Castigados por los dos bandos
«En segundo lugar
-continúa el autor-, porque quienes sobrevivieron luego habrían de sufrir
nuevamente castigo en la posguerra, esto es: fueron derrotados por los
vencedores y por los vencidos. En tercer lugar, porque fue una historia
oculta. La República silenció lo ocurrido porque el hecho podía haber
provocado una desbandada en sus filas. Resulta que a aquellos soldados se
les había prometido compensarles con un permiso para que pudieran volver a
sus casas, pues servían en filas desde el comienzo de la guerra y el
asedio de Teruel los había extenuado. Pero ese permiso fue revocado a los
3 días y 600 hombres se insubordinaron. Nieto Carmona, que días atrás
estuvo amenazado de juicio por haber retirado a las fuerzas de Teruel,
quizá sintió miedo por sí mismo, huyó hacia adeante y los engañó. Los
guardias de asalto llevaron a 46 de ellos al bosque, cuando ellos creían
que sólo iban a declarar. Algunos, muy pocos, huyeron, y testimonian en el
libro. Y al parcerer, Rojo evitó una matanza mayor, pues se dice que Nieto
quería fusilarlos a todos. Poco después, el mismísimo Lister se negó a
cumplir una orden semejante y no le ocurió nada ni a él ni a sus hombres.
En fin, el franquismo también ocultó lo sucedido, porque la derrota de
Teruel era vergonzante, fue la única batalla perdida, la única capital
rendida al enemigo».
Crónica y fotos de Robert Capa
«En
cuarto lugar, porque la gesta de Teruel es una historia literaria que
relataron y retrataron testigos de excepción como el fotógrafo Robert Capa
(que no sólo dispara su cámara sino que escribe la única crónica a él
debida de la guerra civil), Ernest Hemingway, Max Aub o el periodista
Herbert L. Mathews. Esos relatos, siempre bajo una extraña mordaza
trágica, o no adjudican el protagonismo a la 84 Brigada Mixta o se lo
atribuyen a otras unidades... Y en quinto lugar, porque es una historia
íntima, guardada entre las cuatro paredes que encerraron a España después
de la tragedia. Una historia que recuerdan aún hoy entre sollozos quienes
sobrevivieron a ella y los familiares de quienes sucumbieron. Así, entre
los soldados testimonian en el libro Domingo Cebrián Castelló, Eugenio
Cebrián Navarro, Avelino Codes, Blas Alquézar o Bernardo Aguilar. Lo más
terrible, es que aquel trágico día, alguien oyó disparos junto al bosque
de Piedras Gordas, pero también vivas a la República: «Quienes eso
gritaban, eran mis compañeros. No lo podía creer»».