APORTES PARA UN PARADIGMA ESPIRITUAL EN LA INVESTIGACIÓN OVNI

Escribe GUSTAVO FERNÁNDEZ



Enfoque difícil el que me he propuesto en este trabajo. Supongo que venía 
siendo insinuado por otros anteriores de mi autoría, pero sin duda proponer, 
quizás demasiado frontalmente y desde el título mismo del artículo un 
"paradigma espiritual" en la Ovnilogía suena paradójicamente casi a herejía, en 
tiempos donde, si no de hecho, por lo menos de forma resulta en dividendos 
intelectuales más socializados enarbolar las banderas de la metodología 
científica, y confundiendo la misma no tanto con rigurosidad expositiva sino 
con la profusión de materialismo a la que son tan afectos mis colegas del 
pelotón de tuercas y tornillos extraterrestres.

Sin duda resulta, en el ámbito mediático de investigadores y difusores de esta 
disciplina, más redituable, otorgando más cartel de "serio y responsable" 
proponer un estudio cribado por el laboratorio -y la palmada en la espalda, si 
es posible, de alguien con título académico como aval de nuestra 
"cientificidad"- que especular sobre las causas e implicancias de considerar a 
los OVNIs materia de enfoque espiritualista. Se agrega a ello el peligro, 
siempre latente, de caer en la confusión de malinterpretar "espiritualismo" 
como "mesianismo", o proponer una lectura contactista del fenómeno. Así que no 
es redundante volver a hacer hincapié que cuando escribo sobre "paradigma 
espiritual" me remito precisamente a eso: especular sobre una etiología, una 
génesis del fenómeno quizás no tanto "extraterrestre" como procedente de un 
orden de Realidad no física, empleando "espiritualidad" entonces, como 
antítesis de "materialidad".



Razonando la espiritualidad

Vivimos -qué duda cabe- en un mundo dominado por una concepción maniquea, la de 
que la "verdad científica" se opone a la "verdad del espíritu". Un mundo que, 
por un lado, aglutina a los fundamentalistas que temen que las luces de la 
ciencia invada lo que es territorio de sus dogmas y por otro, los que cierran 
filas en la convicción de que sólo es cuestión de tiempo que los instrumentos 
del laboratorio desguacen los resabios de lo que llaman "supersticiones". 
Aferrarse a una concepción dividida del mundo tiene consecuencias peligrosas, 
pues en todos nosotros dormita la sospecha de que sólo una de tales dos 
"verdades" puede ser realidad. Esto hace que los cientificistas y todas las 
personas cuya concepción de lo "real" esté conformada, en sus rasgos 
esenciales, por las modernas "ciencias duras" se vuelquen cada vez más al 
ateísmo, es decir, al intento de arreglárselas sólo con la propia razón.

El ejemplo más clásico de ello es la dicotomía evolución versus creación. Se 
tiene de la evolución la idea (que anticipamos equivocada) de que se trata de 
una Naturaleza capaz, por medios aleatorios, de "elegir" la mutación más óptima 
para las siguientes generaciones, algo que no es explicable, en su raíz 
finalista, por el cálculo de probabilidades (ya lo sabemos: ¿le sería posible a 
un mono -a una población de monos- jugando con tarjetones con letras 
inscriptas, lograr, por simple azar, reescribir toda la obra de Shakespeare?), 
lo que a su vez les deja un "nicho" a los creacionistas para discernir allí la 
mano de Dios. Pero la evolución no ha funcionado (no funciona ni funcionará) de 
esa forma: la evolución consiste en una Naturaleza que permanentemente 
experimenta nuevas opciones, nuevas mutaciones, la enorme mayoría de las cuales 
caen en un pozo sin fondo hasta que se dan las condiciones que le hacen imponer 
su supremacía: como ejemplo, imaginémonos experimentos azarosos de esa 
Naturaleza creando esporádicamente lobos albinos en un bosque templado. Esto es 
una dificultad para la supervivencia -ese animal queda así expuesto a la vista 
de sus naturales enemigos con mayor facilidad, digamos, que uno pardo o gris- 
hasta que en un futuro probable deviene una época glaciar. Lo que hasta ese 
momento era un hándicap en contra (por ello los lobos albinos no se imponían 
numéricamente) se transforma, por una circunstancia climática, en una ventaja a 
favor: los lobos albinos cuentan entonces con mayores recursos para mimetizarse 
con el entorno, aumenta su expectativa de vida y se multiplican hasta ser 
dominantes.


Comprender un hecho tan simple implica iniciar el camino de un nuevo paradigma, 
de una nueva concepción en el modelo del Todo. Es comprender que no avanzaremos 
en la comprensión del fenómeno OVNI hasta que no variemos nuestras actitudes 
intelectuales para abordarlo. La primera de ellas, la útil pero a la vez 
limitante especialización conceptual: comprender que los límites que creemos 
percibir en todas partes, entre el "yo aquí" y "todo lo demás allá" no 
pertenecen a la realidad misma. No son más que proyecciones de nuestras 
estructuras imaginativas que, ante el mundo, son totalmente insuficientes, algo 
así como una red de coordenadas geográficas con que nuestro cerebro cubre el 
mundo exterior y gracias al cual intentamos que en medio de la multitud de 
fenómenos nos resulte más fácil orientarnos. Consecuencia de ello es nuestra 
especialización científica, la cual no es consecuencia de una especialización 
de la naturaleza. Es consecuencia de nuestra incapacidad de abarcar y examinar 
la totalidad al mismo tiempo. Por consiguiente, si comprendemos al mundo como 
una continuidad, podemos formular que lo que llamamos fenómeno OVNI es parte de 
esa continuidad y algo que tiene realidad en un sentido informático. En el 
sentido de la teoría de la información, ésta es precisamente la diferencia de 
la distribución de señales del promedio estadístico que se observa 
independientemente de cualquier contenido. La "sustancia" de la información así 
definida no tiene nada que ver con el "contenido" de lo que estamos 
acostumbrados a llamar "una" información en nuestro lenguaje cotidiano. Más 
bien queda definida por una medida verificable cuantitativamente en que se 
diferencia del promedio.




Una opción para el "Más Allá"


Si hablamos de una dimensión espiritual del fenómeno OVNI, nos vemos obligados 
a considerar el concepto de lo "trascendente". Lo trascendente al tiempo y 
espacio tal como lo conocemos, regido por las esclavistas leyes físicas. De 
manera que debemos entonces tratar de conceptuar el concepto del "Más Allá". Y 
ello nos retrotrae al Momento Primero del Universo.


La teoría del Big Bang sostiene que el Todo (toda la materia, todo el espacio) 
estaba reducida a un punto minúsculo que, hace unos veinte mil millones de 
años, explotó. Hoy en día los científicos teorizan sobre los procesos ocurridos 
hasta un milisegundo después de la Gran Explosión, con procesos energéticos 
imposibles de concebir prácticamente sucediéndose a velocidades escalofriantes 
en esa génesis cósmica. Al común de los mortales le resulta medianamente 
comprensible la idea de que toda la materia (en realidad, entonces, energía y 
plasma) se hallaba reducida a unas dimensiones despreciables. Lo que 
habitualmente se le escapa, empero, es que si el concepto del tiempo -por 
física relativista- es inseparable del de espacio, entonces también el tiempo 
no sólo comenzó entonces, sino que estaba limitado a esa esfera original. Un 
naturalista no vería motivo alguno para presentar objeciones a esta posibilidad 
puesto que para él el "tiempo", enlazado inseparablemente al espacio de este 
Universo, junto con la energía, la materia y las leyes naturales, se originó en 
aquél acontecimiento. Por ello, para nuestro naturalista el "tiempo" es, junto 
con la energía, el espacio lleno de materia y determinadas constantes naturales 
(las masas de las partículas subatómicas, la constante de la gravitación, la 
velocidad de la luz, la constante de Planck, etc.) una propiedad de este mundo. 
Así, en la moderna concepción científica del mundo, que sobrepasa de manera tan 
extraña nuestras cándidas ideas, está unida a la existencia de este mundo y no 
existe sin él. No es una categoría que abarque el mundo en su totalidad, que lo 
determine o lo contenga "desde el exterior". Y si existe semejante "exterior" 
existiría en la intemporalidad y la "aespacialidad". A pesar de cargar con el 
peso intelectual de abarcar con miles de millones de años de evolución, podemos 
afirmar que ese instante primero no ha terminado: porque la expansión continúa, 
y la dilatación de la percepción del tiempo asociado también: la evolución es 
idéntica al momento de la creación. Por tanto, lo que llamamos "evolución 
cósmica y biológica" son las proyecciones del acontecimiento de la creación en 
nuestro propio cerebro. Que la historia de la evolución de la materia inanimada 
y animada es la forma en la que presenciamos desde adentro la creación, que 
desde afuera, desde la perspectiva trascendente, es el acto de un momento. Ese 
"afuera" es el Más Allá.

Llegados a este punto, debemos dejar constancia que se trata en todo caso de 
afirmaciones que no contradicen en nada la moderna concepción científica del 
mundo. Así, pues, nos encontramos con el ejemplo de un caso donde el 
conocimiento científico abre al entendimiento religioso un camino completamente 
nuevo.


Por consiguiente, el espacio y el tiempo no son en absoluto algo así como 
experiencias que realizamos sobre el mundo, como suponía la filosofía antes de 
Kant. Son más bien estructuras de nuestro pensamiento, de nuestra intuición. Se 
encuentran a priori en nuestro pensamiento. Antes de cualquier experiencia que 
adquiramos. Son innatas en nosotros. Puesto que el "espacio" y el "tiempo" son 
innatos en nosotros (como parte que somos del "instante evolutivo") como formas 
del conocimiento, no tenemos la menor posibilidad de llegar a saber o 
experimentar nada que no sea espacial o temporal. Por ello, como dijo Kant, el 
espacio y el tiempo no son el resultado, sino la condición previa de toda 
experiencia. Son juicios que emitimos a priori sobre el mundo, prejuicios 
innatos de los que no podemos liberarnos. Pero por ser esto así no tenemos 
derecho a suponer que el espacio y el tiempo pertenecen al mundo mismo tal como 
es "en sí", objetivamente, sin el reflejo en nuestra conciencia, que es nuestra 
única manera de poder vivirlo. El orden que presenta el concepto del mundo que 
nosotros experimentamos no es la copia del orden del mundo mismo. Es, según 
Kant, sólo la copia de las estructuras ordenadas de mi propio aparato pensante. 
Por lo tanto, si veo a Dios "allí" es porque primero está "aquí".

Aquí podríamos hacer una digresión sobre una de las cuestiones más interesantes 
planteadas por la filosofía oriental: la necesidad de contemplar desde el No 
Yo. Ahora, si no podemos pensar el No Yo (como el No Tiempo y el No Espacio) es 
porque es parte de la conciencia, no lo que ella descubra. Por eso, hay un 
"fuera de la conciencia", con No Yo, No Tiempo, No Espacio. El Más Allá. La 
fusión en (y con) el Cosmos. El Nirvana. La pregunta que aquí podríamos 
hacernos (siguiendo a Gurdjieff) es si se trata del Yo de los "yoes" menores y 
multifacéticos de nuestros "momentos de conciencia" cotidianos. Ya que si los 
"yoes menores" hacen el Yo Psicológico (hago los roles en tiempo y espacio), es 
porque hay un Yo mayor. Es el espíritu.




Abducciones y experiencias cercanas a la muerte


Escribe Hoimar von Ditfurth (en "No somos sólo de este mundo", Planeta, 1983, 
pág. 129: "Hace unos treinta años, el etólogo Erich von Holst descubrió que un 
gallo lleva en su cabeza de manera congénita la imagen del enemigo mortal de su 
especie. Esta prueba la proporcionó un experimento cuyo resultado tiene que dar 
mucho que pensar. No porque fuera cruel; en cierto modo incluso porque se dio 
el caso contrario: durante el experimento el gallo no se dio cuenta en absoluto 
de cómo se burlaban de él, por lo visto, ni siquiera de que estaba siendo 
objeto de una manipulación. Precisamente esta circunstancia es la que tiene que 
dejar confuso a un observador. Y esto sucederá si se le ocurre preguntarse si 
lo que es válido para el gallo puede aplicarse a sí mismo".

"Erich von Holst narcotizó a sus gallos y les metió finísimos cables en el 
cerebro. Estos cables estaban aislados con una laca finísima excepto en el 
extremo que quedó sin cubrir. Los cables se adaptaron sin la menor 
complicación. Los animales no se dieron cuenta de nada (el cerebro es un órgano 
insensible al dolor). Con este procedimiento pretendía provocar estímulos 
eléctricos en los lugares del cerebro de los animales en que estaban encajados 
los extremos lisos de los cables. Para ello se utilizaron impulsos eléctricos 
cuya intensidad y forma de sus curvas correspondieran en todas sus 
particularidades a las de los impulsos nerviosos naturales".

"En tales circunstancias los animales no se dieron cuenta de que se les estaba 
haciendo algo, que estaban siendo víctimas de una influencia "desde fuera", 
artificial. Los habían domesticado y adiestrado para que durante el experimento 
se movieran con entera libertad en una mesita. Y esto es lo que hicieron, 
completamente relajados, cacareando suavemente, picoteando de vez en cuando en 
busca de pequeñas manchas, como suelen hacer los pollos."

"Hasta el momento en que Holst o uno de sus colaboradores tocó el botón que 
enviaba la corriente, que no podía distinguirse e un impulso nervioso natural, 
a través del cable, cuyo liso extremo terminaba en lo más profundo del cerebro 
del pollo. Entonces, en la mesa de experimentos la escena cambió de repente. 
Los pollos siguieron comportándose -y esto es precisamente lo espectacular del 
experimento- como suelen hacerlo, pero parecían sentirse de improviso 
transportados a situaciones que ya no tenían nada que ver con el ambiente 
objetivo de la mesa vacía. La reacción comienza algunos segundos después con 
una típica "toma de viento" por parte del animal. De repente, en medio de un 
movimiento, el gallo se pone rígido, se endereza y con los movimientos de 
cabeza pendulares típicos de su especie husmea el ambiente con evidente 
tensión. Pocos momentos más tarde parece haber descubierto algo y fija la vista 
en un punto determinado de la mesa (que sigue vacía)."

"Este "algo" invisible parece acercársele. Cada vez más excitado, el gallo 
empieza a marchar de un lado a otro de la mesa. Aleteando realiza unos 
movimientos que parecen querer evitar "algo" que por lo visto se le está 
acercando cada vez más, y da picotazos fuertes hacia la dirección en la que, 
como hechizado, tiene la vista fija. No hay duda, el animal se siente 
amenazado. Se comporta como si en la mesa se le acercara un peligro contra el 
que tiene que defenderse".

"El desenlace de la escena depende de las circunstancias. El jefe del 
experimento puede soltar en cualquier momento el botón que provoca el estímulo. 
Si lo hace, el gallo se endereza en seguida y mira a su alrededor como si 
buscara algo. Es imposible sustraerse a la impresión de que está desconcertado 
de que el peligro haya desaparecido tan repentinamente. Cuando el gallo se ha 
convencido del todo de que es así, ahueca aliviado el plumaje y lanza un 
triunfante "quiriquiquí". Dudar de que entre su reacción combativa y la 
desaparición de la amenaza existe una relación de causalidad es algo que no se 
le ocurre."

"En cambio, si el estímulo sigue conectado puede suceder que el animal busque 
un sucedáneo para su tensión interna, que por lo visto se hace cada vez más 
inaguantable. En general, este sucedáneo es uno de los científicos que se 
encuentran alrededor de la mesa. Las películas muestran que, en este caso, los 
ataques de los gallos se dirigen preferentemente a las manos de los que son tan 
imprudentes de apoyarlas sobre la mesa durante el experimento. Por lo visto, el 
tamaño y la posición de una mano humana apoyada en la mesa es lo que más se 
parece al amenazador fantasma que la corriente hace surgir en el cerebro del 
gallo".

"Pero como un enemigo fingido de manera tan disimulada no puede expulsarse por 
fuertes que sean los picotazos, si el impulso sigue conectado la escena termina 
por lo general de esta manera: el gallo deja estar por fin todos los modales 
que ha adquirido gracias a una paciente labor de adiestramiento y con fuertes 
gritos abandona la mesa revoloteando. Con ello el animal provoca la 
desaparición del supuesto enemigo si bien de una manera que él no puede 
comprender: rompiendo el finísimo cable que producía el fantasma en su cerebro".

"Este experimento puede repetirse cuantas veces se desee. Siempre que el 
estímulo se produce en el lugar del cerebro "encargado" de ello, el gallo 
desarrolla el mismo programa de forma estereotipada. Hay que tener presente una 
cosa: lo único artificial y procedente del exterior es el impulso eléctrico 
parecido al impulso nervioso natural. Es, simplemente, el desencadenante de los 
acontecimientos. Todo lo que sucede después lo produce el mismo animal, toda la 
escena compuesta por una serie innumerable de elementos diversos de 
comportamiento y que se repite en la mesa vacía, siempre que se apriete el 
consabido botón: la lucha con el fantasma de un "enemigo terrestre" que se 
acerca".

Es imposible leer estas líneas y no asociarlas irremediablemente con el 
fenómeno OVNI y, especialmente, la situación de las abducciones. Tenemos lícito 
derecho a preguntarnos si algo similar no ocurrirá en estos casos y si, al 
igual al gallo cuyo "programa de defensa" es congénito, genético, lo que hace 
en nosotros el "estímulo exterior" es detonar la escenificación, la 
representación sensorial de un secuestro. Pero, ¿por qué precisamente esa 
situación y no otra?. Si la psicología del ser humano -individual y colectiva- 
obedece a un principio de economía de energía y eficiencia, es porque más que 
re - crear una situación imaginaria -con la consabida dificultad de su 
identidad en los miles de casos de abducciones- es porque se trata simplemente 
de recurrir a una escenificación con una finalidad en orden a la evolución. Voy 
a decirlo directamente: ¿escenificamos abducciones porque así ocurren o porque 
son la forma más económica y eficiente -en términos de energía psíquica- de 
hacer catarsis o bien representar el contacto con una realidad paralela, desde 
la cual, Algo o Alguien nos estimula como von Holst al gallo?. Voy más allá: 
¿es improbable concebir que nuestra "respuesta condicionada" (quizás para 
satisfacción de Zacharías Sitchin) fue "incorporada", pautada, en algún momento 
de nuestra evolución primigenia por una inteligencia exterior con vistas a 
condicionar estas respuestas en algún momento futuro?. Y, obviamente, 
reflexiones de similar tenor podríamos hacer respecto a las OOBE ("out of body 
experiences" o "experiencias fuera del cuerpo") y las "peritanatológicas" (o 
experiencias cercanas a la muerte).


Pero existe otro razonamiento para abonar la hipótesis de que nuestras 
"intuiciones espirituales" no son gratuitas. Y es aquél que dice que toda 
adaptación reproduce una parte del mundo real (o se acomoda a una parte de él). 
Esto no sólo puede decirse de los cascos de los caballos, las alas de las aves 
y las aletas de los peces. Puede decirse también de las estructuras del 
conocimiento. Por lo tanto, esas "formas de intuición" se adaptan, porque 
reflejan, algo del mundo real.




El OVNI como estímulo - señal


No ha dejado nunca de ser grotesco para los experimentadores que si a una 
gallina se le ubica, cerca pero inmóvil, una comadreja disecada, después de 
cierta reacción de sorpresa el plumífero queda totalmente indiferente ante su 
natural depredador. Pero si se toma una bolsa cubierta de piel y se le fijan 
dos botones brillantes donde en un animal deberían ir los ojos (una verdadera 
caricatura de comadreja) pero mediante un cable se le imprime un sentido de 
movimiento la gallina se desespera por huir. El estímulo - señal, codificado 
genéticamente, tiene valores primitivos y esenciales, donde no importa tanto el 
aspecto sino otras variables, como, precisamente, el sentido de movimiento, a 
pesar de que no se parece casi en nada al agresor. Con los correspondientes 
estímulos - señal, se ha demostrado en innumerables casos que esto es válido 
también para otros animales. Cuando se ha llegado a descubrir cuáles son los 
estímulos específicos que les sirven de señal, aves de toda clase, peces, 
insectos, etc., todos se dejan manipular de manera previsible con los estímulos 
"fabricados" gracias a ellos. La reacción se efectúa no sólo de manera 
previsible, sino además infalible. Los animales son del todo incapaces de 
escapar al efecto desencadenante de tales estímulos.

Esto acentúa la impresión de ver al OVNI, sin desmerecer su realidad física, 
como un ente "psicoide", un "mandala", algo a caballo de dos realidades. Sería 
interesante realizar el experimento de estudiar las reacciones de las personas 
ante un OVNI proteiforme fabricado artificialmente, aunque cabe preguntarnos, 
¿proteiforme de qué es un OVNI?. Es dable suponer que las personas reaccionarán 
a similitud de los animales, reduciéndose el OVNI - estímulo - señal a sus 
variables más elementales siempre y cuando, como dijéramos al resumir la teoría 
de la información, pudiéramos resumir en él la diferencia de la distribución de 
señales del promedio estadístico que se observa independientemente de cualquier 
contenido. La composición del estímulo clave desencadenante a base del menor 
número de características válidas para todos los enemigos del gallo que entran 
en consideración, es la única solución imaginable del aparentemente casi 
utópico problema que consiste en almacenar genéticamente una imagen que refleja 
todos los enemigos que pueda llegar a encontrar algún día puesto que existen 
concretamente en el medio real. Lo que ha realizado aquí la evolución es nada 
menos que una "generalización y abstracción", una generalización que prescinde 
sistemáticamente de la diferencia de detalles individuales. Así, pues, al 
gallo, como organismo biológico, el conocimiento congénito sobre el mundo le 
proporciona una información óptima, exacta, útil. Y como su existencia se 
limita a la esfera biológica, para él el caso queda solucionado así de manera 
satisfactoria.

Algo distinto se presenta el asunto para nosotros. Con respecto a la facultad 
cognoscitiva del gallo, nosotros nos encontramos en una esfera superior, en 
cierto modo una "metaesfera". Examinada desde este plano "metafísico" para el 
gallo, la situación descrita en su totalidad gracias al sistema cerrado del 
programa de comportamiento congénito con patrón desencadenante incorporado, por 
una parte, y constelación de señales objetiva como estímulo desencadenante, 
adquiere una cualidad muy distinta. Extrapolando, nada nos impide entonces 
suponer que la constelación de percepciones espirituales de la humanidad 
(revelaciones preternaturales, mensajes cósmicos, manifestaciones fantasmales, 
voces angelicales, y cuanto etcétera puedan ustedes imaginar) pueden ser 
reducibles a estímulos - señal básicos, y de ellos el OVNI puede ser el 
estímulo clave desencadenante. Esto explicaría varias cosas: por un lado, el 
amplio espectro de intereses que paulatinamente van adquiriendo los aficionados 
a estas disciplinas, desde la curiosidad monotemática hasta la inquietud 
universalista. Por otro, las "modas" cíclicas que "lo sobrenatural" presenta en 
distintos momentos de la historia humana. Y finalmente, los sustratos comunes 
tanto a los fenómenos ovnilógicos como los paranormales.

Pero pueden inferirse dos conclusiones más importantes: una, que entonces el 
hecho de que en laboratorios se pueda recrear (de manera bastante pobre, 
debemos admitir) "sensaciones de presencias espirituales" mediante el 
expeditivo método de someter al sujeto de la experiencia a estímulos físicos 
(con lo que se busca una reducción al absurdo de toda fenomenología paranormal 
a la categoría de alteraciones sinestésicas) sólo nos estaría diciendo que es 
posible recrear estímulos clave, y no que aquellas no existan (como el hecho 
que pueda generarse un "agresor fantasma" en el cerebro del gallo no quita que 
las comadrejas hagan de las suyas en el mundo real). Además, sólo indicarían 
las áreas corticales que entran en el proceso, pero no el origen del proceso en 
sí. Y en segundo lugar, que así como el gallo tiene una percepción del enemigo 
superior a la de una garrapata (para poder poner sus huevos en mamíferos, ésta 
necesita identificarlos de los reptiles, y para ello sólo necesita un estímulo: 
ser sensible al ácido butírico, infaltable en todo sudor), siendo de todas 
formas que a sus fines -y a su grado evolutivo- la percepción del mundo que 
tiene la garrapata es correcta (pero inferior a la del gallo) ontológicamente 
advertimos que la concepción del mundo del gallo también es correcta, pero 
limitada. Por consiguiente, y habiéndose visto que la evolución ni con mucho ha 
cesado (recuerden que todavía estaríamos en el "instante de la creación") 
nuestra percepción del mundo, siendo correcta, también compartiría con aquellas 
su "limitidad". Y los propios experimentos etológicos van más allá: como la 
gallina reconoce a sus polluelos por el piar y no por el aspecto, se ha 
colocado la famosa comadreja disecada dentro del nido de una gallina, eso sí, 
con un minúsculo altavoz que reproducía un piar de pollitos, observándose como 
aquélla trataba de protegerla y cubrirla, mientras que si se le cubrían los 
oídos, atacaba a picotazos a sus propios polluelos circunstancialmente alejados 
del nido. Extrapolando, de aquí a manipular la especie humana -aún en contra de 
las escalas de valores que consideramos lógicos o éticos- contra un eventual 
cambio de ideas, hay sólo un paso.


Llegados aquí, deberíamos preguntarnos después de todo si desde los propios 
argumentos de la ciencia pueden elaborarse estas especulaciones, el porqué de 
la generalizada resistencia de los científicos a lo espiritual. Las ciencias de 
la naturaleza son las ciencias de la estructura y cambio de los sistemas 
materiales así como del reparto espacial de diversas formas de energía (H. Von 
Ditfurth). En su trabajo el científico se limita metodológicamente a la 
posición del monismo materialista. Esta limitación forma parte de la definición 
de la disciplina a la que se ha consagrado. La investigación científica de 
sistemas vivos no es otra cosa que el intento de ver adónde se llega cuando uno 
se esfuerza por explicar la estructura y el comportamiento de estos sistemas 
sólo gracias a sus particularidades materiales. Esto es legítimo y, por lo que 
respecta a las posibilidades de investigación práctica, el único método 
fructífero. Sólo que no debe perderse de vista que se trata una vez más no de 
una afirmación sobre la realidad, sino sobre una autolimitación metodológica; y 
muchos científicos lo han olvidado hace tiempo. El resultado es una enfermedad 
ideológica profesional que, como demuestra la experiencia, puede conducir a la 
grotesca convicción de que, en realidad, no existen fenómenos espirituales.


El propio Konrad Lorenz escribió: "El proceso filogénico que conduce al origen 
de estructuras apropiadas para la conservación de la especie se parece tanto al 
aprendizaje del individuo que no tiene por qué extrañarnos demasiado que a 
menudo el resultado final de ambos sea casi igual. El genoma, el sistema de los 
cromosomas, contiene un tesoro de información de una riqueza francamente 
incomprensible. Este tesoro se ha ido formando mediante un proceso que a lo que 
más se parece es al aprendizaje gracias al ensayo y error".

Si consideramos la cronología genética de la relación que existe entre ellos y 
las actividades que tienen lugar de manera conciente en nuestra cabeza y que 
caracterizamos con las mismas palabras, se nos cae la venda de los ojos. 
Entonces vemos que con nuestra acostumbrada manera de considerar la situación 
nos volvemos a encontrar aferrados al prejuicio antropocéntrico que en toda 
ocasión quiere convencernos de que nosotros mismos somos el punto de partida de 
toda la cadena causal. Pero como también en otros campos tenemos la tendencia a 
basar nuestros juicios en nuestras propias experiencias como si fueran un 
patrón, la naturaleza nos parece condenada a la falta de ingenio, ya que no 
somos capaces de descubrir en ella ningún cerebro pensante. En una conclusión 
precipitada identificamos la indiscutible carencia de cerebro de la naturaleza 
con la no existencia de inteligencia, fantasía, capacidad y todas las demás 
potencias creativas que en nosotros van unidas a la existencia de un sistema 
central intacto. Como durante demasiado tiempo hemos hecho del propio caso el 
fundamento de nuestro juicio, estamos convencidos de que es nuestro cerebro 
quien con todas estas capacidades y posibilidades y que, por tanto, sin nuestro 
cerebro no existirían.. Una parte no poco esencial de nuestro asombro ante la 
naturaleza se basa en un malentendido que tiene sus raíces aquí. Que una parte 
no poco importante de nuestra admiración por la naturaleza se debe a un 
misterio demasiado palpable: al asombro por todo lo que ha podido llevar a cabo 
esta naturaleza que tiene que arreglárselas sin cerebro y que con ello a 
nuestros ojos carece de todas las facultades creativas que para nosotros 
comporta el hecho de poseer un cerebro. Como si la creatividad y la facultad de 
aprender no hubieran aparecido en este mundo hasta nuestra llegada, cosa que 
naturalmente plantea la cuestión de cómo ha podido conseguir llegar hasta este 
punto la naturaleza en todos los eones anteriores.

Es que la Vida tiene conciencia. Aprendizaje e inteligencia, la búsqueda de la 
solución a los problemas y las decisiones tomadas ante el fondo de una escala 
de valores que representa el resultado de procesos de aprendizajes anteriores, 
todo esto existe también fuera de la esfera del cerebro. Todo esto son 
realizaciones que, sin estar localizadas en un lugar concreto (un cerebro o una 
computadora) pueden existir de verdad y actuar de verdad a nivel 
supraindividual. Esta afirmación no tiene nada de metafísico. Solamente 
contradice nuestra habitual manera de pensar. Sin embargo, no describe más que 
hechos que existen de verdad en el mundo. Las funciones que acostumbramos a 
denominar "psíquicas" son anteriores a todos los cerebros. No son productos 
cerebrales; al contrario, como todo lo demás, también los cerebros pudieron ser 
producidos al final por la evolución sólo porque desde el principio ésta fue 
dirigida por las funciones de las que he escrito. Nuestro cerebro no es la 
fuente de estos logros, lo único que hace es integrarlos en el individuo. 
Tenemos que aprender a ver en el cerebro al órgano gracias al cual la evolución 
ha conseguido poner a disposición del organismo individual, como estrategias de 
comportamiento, las facultades y potencias inherentes a ella desde el 
principio, pero de ninguna manera en toda su amplitud. Hasta el momento, a 
pesar del tiempo transcurrido, este don está aún en un estado de desarrollo muy 
imperfecto. Ninguna persona estaría en condiciones de dirigir un hígado o 
construir una célula desde su cerebro. Resulta una trivialidad -pero que 
generalmente se nos escapa- decir que la mayor parte de lo que la evolución ha 
sido capaz de producir -sin cerebro- nosotros, a pesar de todos nuestros 
esfuerzos, sólo podemos entenderlo en una mínima parte y mucho menos aún 
imitarlo.

Tenemos que contar con la posibilidad de que también la fase biológica de la 
evolución pudiera ser sólo un estado pasajero de la historia (como lo ha sido, 
por ejemplo, la evolución química). Es posible exponer argumentos a favor de la 
hipótesis de que la evolución biológica pudiera terminar en cuanto a sus 
productos (nosotros) hayan proporcionado a las estructuras cibernéticas la 
complejidad suficiente para que las capacite para seguir desarrollándose 
independientemente, sin ayuda de técnicos orgánicos, "vivos". Y cuando esas 
supercomputadoras cuenten con sistemas de transmisión de información no 
electrónicos sino por ejemplo, solamente ópticos, se estará a un paso de 
obtener soportes meramente energéticos para la información. Y cuando la 
información pueda transmitirse y almacenarse en "receptáculos energéticos", los 
contenedores materiales serán superfluos. Entonces, una "masa de energía" podrá 
a la vez ser vehículo y procesos de aprendizaje, inteligencia, ensayo, error, 
almacenamiento, en síntesis, entes pensantes. De aquí a la concepción de 
"entidades espirituales" hay un solo paso que quizás sólo nuestras anteojeras 
materialistas, la manipulación paradigmática del pelotón de tuercas y tornillos 
nos impide ver en la fenomenología OVNI.





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