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Programas de radio, televisión y una productora televisiva dedicada a estas disciplinas con su propio sitio en Internet, "El Tiempo del Sol" (http://etdelsol.webjump.com) -donde, como acotación al margen, les cuento que tengo un rinconcito permanente- es una tradición regional entre los aficionados a estas disciplinas. Temperamental y compulsivamente entusiasta de su trabajo, adecuadamente contenido por su paciente esposa, Tomás es de esas personas que sólo saben hacerse querer u odiar. Afortunadamente, creo ser de los primeros, lo que no quita que tengamos muchas veces opiniones encontradas sobre los temas que compartimos. Quizás, sólo quizás, cuando hace algunos días junto a mi esposa Claudia los visitamos, comenzamos a ser involuntarios protagonistas de otra polémica. Fue una calurosa tarde de un lunes de enero cuando después de hacer algunas gestiones personales, disponer de unas horas libres fue una buena excusa para interrumpirle a Tomás su sempiterna siestecilla y corrernos hacia su casa para degustar -los lectores argentinos me entenderán muy bien- unos buenos mates. Arribados que hubimos, después de intercambiar las novedades habituales -entre matrimonios, suelen comenzar por los hijos, continuando por las mascotas y recién entonces, sin cargos de conciencia, extendernos sobre OVNIs y otras yerbas- nuestro amigo, casi displicentemente, nos comentó que casualmente esa tarde también aguardaba la visita de otro matrimonio con un reporte sobre cierto "aterrizaje OVNI", precisamente en la provincia a la que pertenece nuestra ciudad de Paraná, la provincia de entre Ríos, pero en una pequeña localidad ubicada en el centro de la misma: Federación. Los hechos En parte debido a que las investigaciones siguen en marcha (no dudo que Tomás dará pronto a conocer sus conclusiones, lo cual es una forma elíptica de decir que si bien este artículo necesitó de él como fuente de información, las conclusiones que expongo son estrictamente personales) y en parte a solicitud de los propios intervinientes, debemos mantener ciertos anonimatos, como los de nuestro informante y los protagonistas del hecho. Digamos simplemente que llega a la hora convenida el señor C., acompañado de su señora: un matrimonio que, en lo personal, me impresionan desde el vamos muy favorablemente. Un adecuado equilibrio entre las inquietudes espirituales y el pragmatismo cotidiano, un buen nivel cultural y un hablar reposado que trasuntaba un espíritu reflexivo hicieron que me distendiera cómodamente a escuchar una historia que parecía fiable. Y allí comenzó el relato. La madrugada de un 23 de enero debía ser una mañana más para el señor D. y su familia, habitantes en las proximidades del lago de Federación, un poblado que, en parte por considerarlo un aspecto importante de la historia y en parte para ilustrar a los lectores no argentinos, merece un párrafo aparte. Existió alguna vez una "vieja Federación". a unas decenas de kilómetros de la "nueva Federación", la que nos ocupa, desapareció del mapa en décadas pasadas por una controvertida decisión gubernamental de construir una represa, habiéndose planificado cuidadosamente que ese pueblo quedaría en su mayor parte cubierto por las aguas. Era épocas de gobiernos militares en nuestro país, de manera que no era saludable proclamar el impacto ecológico que semejante desatino provocaría, amén del efecto traumático en la población que perdía así, por decreto, sus tradiciones, su historia, sus afectos ligados a la tierra. Pero no hubo caso; a como diera lugar se edificó una nueva población (la "nueva Federación", la que identificaremos como Federación simplemente, de aquí en más), la gente fue trasladada casi a la fuerza y, en poco tiempo, todo era un gran espejo de agua. Detengámonos en esta situación porque creo que tiene mucho que ver con lo que ocurriría años después: la "carga psíquica" del lugar, la violación de la naturaleza con una obra faraónica de la cual los ecologistas tienen mucho que lamentar; el arrasado de miles y miles de hectáreas de monte natural; la pérdida definitiva de decenas de especies autóctonas, tanto botánicas como zoológicas; la perturbación del microclima propio de la región. Pero ante tamaña afrenta a la Naturaleza, alguien estaba dispuesto a hacer algo. El señor D. (quien por lo meritorio de su ardua labor merecería ser difundidos sus nombres y apellido para gozar del aplauso de todos los seres humanos bien intencionados; espero que habrá mejor ocasión que ésta para hacerlo) decidió salvar algo de la botánica autóctona. Solo (apenas con la invalorable ayuda de su familia y algunos amigos) se dedicó a recorrer los campos aledaños buscando jóvenes ejemplares de la flora que se hubieran salvado del desastre, trasplantándolos a un triángulo de tierra frente a su vivienda. Sin alambrados ni cercos, para que cualquier ciudadano pudiera visitar el lugar y conocer estas bellezas, el señor D. cuidó sus árboles y arbustos con esmero creando una verdadera reserva ecológica apenas cruzando la calle. Fueron años de segura incomprensión, de silencios oficiales frente a la necesidad de preservar algo que es parte del patrimonio de la gente, de dañinas afrentas de idiotas depredadores. El señor D. nunca quiso perimetrar el lugar: si bien le pertenecía y era su esfuerzo, creía que todo el mundo tenía igual derecho a acceder a ese rincón paradisíaco. Hoy en día, comienza a reconocerse localmente su labor. Las escuelas organizan visitas y los vecinos hablan ahora con orgullo de lo que seguramente años atrás les haría girar displicentemente el índice sobre la sien. Todo lo cual le hacía creer al señor D. que las cosas habían entrado en un carril "normal". Hasta esa mañana del 23 de enero. Al salir como todos los días a revisar el lugar, quedó perplejo: un extraño círculo de césped verde, muy verde, delimitado por unos nueve hongos gigantescos había aparecido sorpresivamente de la noche a la mañana. Confuso y aturdido, sólo atinó a comentarlo con algunos allegados, negarse a opinar ante los curiosos observadores que acertaban a pasar por el lugar y comunicarse, precisamente, con el señor C. Días después, sabiendo de las vinculaciones de éste con Tomás Latino y de los quilates reconocidos de estudioso del mismo, le hace llegar un video casero con tomas del lugar. Ansioso, perturbado por lo que considera como "algo demasiado especial", el señor D. observa desde entonces como el círculo y los hongos sobreviven como diciéndole -fueron sus propias palabras- que algo había cambiado en su vida. Esa tarde, Alicia, Claudia, Tomás y yo -amén del señor y la señora C., obviamente- miramos una y otra vez el video, preguntamos y repreguntamos sobre las características del lugar, del señor D, del círculo. Y, aún cuando debemos profundizar en el lugar -porque estoy además seguro por las razones que indicaré que los hechos seguirán repitiéndose- comenzamos a especular con algunas explicaciones. Porque las "marcas" están allí, para cualquiera que desee visitarlas. Pero los "porqué"... ah, eso ya es otra historia. Las explicaciones esperables Dos explicaciones surgieron y fueron evaluadas sobre la marcha. Los escépticos hablarán del "corro de hadas", el micelio subterráneo de ciertos hongos que se extiende en forma radial desde un centro hacia una periferia circular; explicar estas "marcas", tan habitualmente asociadas a fenómenos extraños con la biológica teoría de los hongos es ya una tradición a la que han adscripto, supongo que involuntariamente, también algunos ovnílogos; una teoría que a fuerza de repetirse sin mayor profundización va camino de convertirse en sí misma en un mito. Observación necesaria: cuando algún psicólogo social, algún sociólogo o filósofo de las ciencias quiera escribir sobre los "mitos del tercer milenio", quizás debería referirse, más que a los hechos paranormales o exóticos en sí, a los mitos construídos para "explicar" los "mitos". Claro que para esto se requiere un grado de honestidad intelectual difícil de encontrar en el academicismo cientificoide. Porque si de la extensión de una colonia de hongos se tratara, lo dable esperar sería que el césped se agostara, consumidos sus recursos y sustento por la plaga micótica en expansión. Además, todo el interior del círculo -y no simplemente un anillo- debería marchitarse de la misma manera, y de hecho ello sí es lo que ocurre con "círculos de hongos" reales, los cuales obviamente pueden -y suelen- ser confundidos con "nidos" de aterrizaje de OVNIs, ya que los pastos parecen secos y deshidratados (algo propio de una fuente de calor o energética de algún tipo) lo que a los ojos de un observador inexperto puede sumir en la confusión. Es precisamente por esto que la segunda posible explicación -la que tentativamente sugirió Tomás- en el sentido que se tratara exactamente del asentamiento de un OVNI tampoco me resultó demasiado confiable. Si bien he escuchado de ciertos análisis que sugerirían que la energía presente en estos objetos (como propulsión o subproducto de sus sistemas) parecería generar estos efectos secundarios, es igualmente cierto que la no observación de luces ni fenómenos anómalos de ningún tipo la noche o noches previas a la aparición de los hongos y el anillo de pasto lozano hace que la relación entre estas evidencias y el fenómeno OVNI sea un tanto forzada para mi gusto. ¿Cabría una tercera explicación?. Esa noche, en el viaje de regreso a nuestra ciudad, no podía dejar de buscar otras alternativas. Hasta que, finalmente, hallé una muy sugestiva, que es la que propongo aquí. Pero, para comprenderla, debemos todos nosotros primero hacer un viaje. Hacia atrás en el tiempo y a miles de kilómetros de Federación. Pues comenzaremos este relato en Escocia. Los jardines de Findhorn Directamente al sur del pantano donde las tres brujas profetizaron a Macbeth que iba a ser Señor de Galmis y Cawdor, donde las murallas del castillo de Duncan se elevan sobre el horizonte, en una bahía desértica, azotada por los vientos gélidos del mar del Norte, matorrales achaparrados, arena, latas herrumbradas y soledad, Peter Caddy, un ex militar arribó en 1962 con su esposa Eileen, de profesión clarividente, sus tres hijos pequeños y una amiga de la familia, también sensitiva, Dorothy McLean. Escéptico con la sociedad moderna y en bancarrota, había adquirido a un precio irrisorio algunas de esas tierras y se instaló con su trailer a la espera que el Destino le indicara el camino que debería darle a su vida. Estudiantes rosacruces y seguidores de las enseñanzas de Alice Bailey y sus prácticas de meditación con el Maestro del Séptimo Rayo, el conde Saint Germain, los Caddy confesarían años después haberse sentido atraídos por una "fuerza misteriosa" a instalarse en ese lugar. ninguno de ellos estaba empleado ni tenía un trabajo alternativo, y conscientes que sus escasos recursos no habría de permitirles comer luego de algunos meses, se dispusieron a tratar de crear un huerto que les permitiera la autosuficiencia. Solos, rodeados del escepticismo de los escasos habitantes de la región que nunca habían podido hacer crecer más que unas briznas de hierbas en el lugar, repartían su tiempo en roturar la tierra, buscar textos de horticultura y jardinería tradicionales que les resultaban a todas luces contradictorios y, especialmente en la madrugada, dedicar varias horas a la meditación bajo el principio rosacruz de "ama al lugar en que estás, ama a la persona con quién estás y ama lo que estás haciendo". Apenas comenzado 1963 y durante una sesión de meditación, Eileen tuvo una visión: siete chozas de troncos de cedro en medio de un espléndido jardín, hermoso y bien cuidado. Fue la ocasión en que unos misteriosos "guías" (que tiempo después habrían de revelarse como los "elementales de la tierra" -los "gnomos", fuerzas inteligentes asociadas a un lugar característico- les dieron algunas instrucciones para materializar esas visiones. La perspectiva de crear un huerto parecía una tarea sobrehumana; en el terreno de arena fina y grava no crecía más que dura hierba agreste. Eileen recibió la orden de que cada vez que introdujera la pala en la tierra, tratara de proyectar simultáneamente buenos pensamientos. Incidentalmente, también se les aconsejó limitar su alimentación a frutas, hortalizas, miel y germen de trigo. Peter comenzó a sembrar a conciencia semillas de lechuga en un surco de dos centímetros y medio de profundidad que abrió a cuchillo. Colocaba las semillas a un lado y luego, respetuosamente, las empujaba dentro del surco y las cubría con tierra. Más tarde se les advirtió que los fertilizantes químicos eran tóxicos, por lo que también se dedicaron a preparar un abono orgánico. Trabajando con sudor y vibraciones positivas, depurando sus cuerpos con una dieta naturista, sol, y baños de mar, en pocos meses la producción era tan fantástica que no solamente satisfacía sus necesidades sino que contaron con excedente para vender en el mercado local. En los tres años siguientes, incluso diversificaron su producción al terreno de las plantas aromáticas y medicinales, con un éxito tan rotundo (doblemente maravilloso por las características del lugar) que llevaron incluso al profesor R. Lidnsay Robb, experto agrícola de las Naciones Unidas y profesor de agricultura en varias universidades, en una visita que hizo a Findhorn en 1967, que "el vigor, la salud y la lozanía de las plñantas de aquellos huertos en pleno invierno y en tierra que es casi un arenal polvoriento y yermo, no puede explicarse por las mezclas moderadas del compuesto, ni tampoco por la aplicación de ningún método de cultivo orgánico conocido. Hay otros factores, y son factores vitales". en esa ocasión, la otra corresponsable del proyecto, Dorothy, le señaló que "ese" factor son los "devas", criaturas angélicas que controlan a sus espíritus de la naturaleza, responsables, en el plano intelectual, de las "inspiraciones" por ellos recibidas que les impulsaban a métodos tan originales para abordar los problemas, y seguramente también responsables en otros planos (astrales o etéreos) del "milagro" de Findhorn. Y fue el recuerdo de Findhorn lo que me facilitó una óptica distinta al caso Federación. ¿Extraterrestres o espíritus? Ya Jacques Vallée sospechaba que los relatos medievales de seres sobrenaturales y nuestras historias de "ufonautas" corresponderían a historias comunes. el problema es que la visión soberbia de nuestro siglo nos lleva a aceptar más fácilmente la presencia de extraterrestres que de seres de otros planos, de donde suponemos que los antiguos "malinterpretaban" en sus relatos lo que en realidad era una aparición alienígena. Pero, ¿si la cosa fuera al revés?. ¿Si nuestras anteojeras cientificistas fueran las que nos hacen interpretar equivocadamente lo que nuestros antepasados comprendían, con más sencillez, en su verdadera naturaleza?. ¿No sería posible que los relatos centenarios de "hadas bailando en los prados", prados en los que a la mañana siguiente aparecían esos mismos círculos como en Federación, no fuesen más que ocasionales percepciones del plano de los elementales?. Extrapolando, sería bueno preguntarnos si los "crop circles", los geoglifos que comenzando -casualmente- también en el Reino Unido se extendieron a todo el mundo, más que aterrizajes o mensajes de seres de otros planetas, no se tratarán de manifestaciones de esos "devas" o "gnomos" de los que habláramos. Como es escrito hasta el hartazgo: no debe parecernos ridículo o infantil hablar de "seres espirituales", "elementales", "espíritus"; para el verdadero conocimiento, un tema nunca será de por sí absurdo o ridículo. Lo absurdo o ridículo serán los métodos con que abordemos su estudio. De manera que quitándonos los condicionamientos tecnológicos de este Tercer Milenio, cabría preguntarnos si algunas -si no todas- las manifestaciones que englobamos genéricamente bajo el rótulo "OVNI" (como, por simple asociación de ideas, tenderíamos a hacer con el caso Federación) no se tratará más bien de manifestaciones de seres de dimensiones paralelas, identificables con los "elementales" tratados históricamente por las Ciencias Herméticas. ¿Y por qué en Federación, precisamente?. Recordemos que en la región se atentó gravemente contra el equilibrio natural. Recordemos que se arrasó y destruyó la biosfera. Y ante tanta iniquidad, un hombre, el señor D., tal vez más por sencillo amor a las plantas y a su terruño, emprendió una cruzada salvatífera de esas riquezas naturales. Hubo -qué duda cabe cuando uno conoce la historia- mucho amor, muchas gratificaciones y mucho sufrimiento en su tarea. Cada especie plantada en su reserva era algo más que un simple arbolito transplantado. Y es posible que en esa madrugada, agradecidos y festivos, los "devas" de Federación, las fuerzas elementales que más allá del asfalto y las viviendas que ocupan hoy lo que antes era un paraje montaraz siguen existiendo allí, pero en otros planos, se reunieran a las puertas casi del hogar del señor D. simplemente para decir "gracias". Algo que en nuestro embotamiento informatizado de enciclopedias y títulos académicos olvidamos decir con frecuencia. -------------------------------------------------------------------------------- Entre Ríos Paranormal es un boletín gratuito. 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