La religiosa Ana María Slütter es la presidenta de la
Fundación Zendo Betania, la única escuela en España en
la que se practica Zen en un marco occidental y
cristiano. Nacido en el seno del budismo mahayana, el
Zen es un camino hacia las raíces y realidades últimas
del ser humano.


ANA MARÍA SLÜTTER Religiosa y maestra zen
“Es necesario encontrarse con Dios en el silencio”
Texto y fotos: J. I. Cortés / Humanizar

La religiosa Ana María Slütter es la presidenta de la
Fundación Zendo Betania, la única escuela en España en
la que se practica Zen en un marco occidental y
cristiano. Nacido en el seno del budismo mahayana, el
Zen es un camino hacia las raíces y realidades últimas
del ser humano.

Zendo Betania define el Zen como “un camino de
despertar a la realidad esencial, de raíz, que ningún
sentido puede captar ni ninguna inteligencia
comprender”. El silencio y la contemplación son las
bases de este camino. A través de ellos, Zendo Betania
piensa que es posible “ayudar al ser humano de nuestro
tiempo a reencontrar sus propias raíces profundas, en
un clima de ecumenismo y de respeto hacia todas las
personas y creencias, en armonía con la fe cristiana y
por ende con el núcleo más auténtico de toda
religión”. 

Estamos hablando de realidades inefables, de cómo
acercarnos al misterio y, por si fuera poco, de un
modo de aproximación a lo esencial que nace en una
cultura en muchos sentidos diametralmente opuesta a la
nuestra. La misma Ana María Slütter, maestra Zen desde
hace veinte años, parece a veces quedarse sin palabras
para expresar lo que quiere decir. 

P.- ¿Qué es el Zen?
R.- Una definición muy antiquísima dice que es “una
transmisión muy especial, al margen de toda doctrina,
que no se basa en palabras ni letras, que se dirige
directamente al corazón humano y lleva a despertar y
vivir despierto”. Vivir despierto significa enterarse
no sólo de la superficie de las cosas, sino también de
las realidades espirituales. 

P.- ¿Por qué decide una religiosa católica hacerse
maestra Zen?
R.- Buscaba algo que me ayudase a cultivar la
experiencia de Dios que yo había tenido. Creo que en
muchos sitios se ha perdido la sabiduría de cultivar
la contemplación. Ahora se estudia Biblia, lo cual es
fantástico y buenísimo, pero no es suficiente. Para
ser religioso creo que es necesario encontrarse con
Dios en el silencio, en el hondón del alma, en la
contemplación. Yo tengo amigas carmelitas que se
sabían de memoria todo San Juan de la Cruz, pero que
hasta que llegaron al Zen no experimentaron lo que él
quería decir. Su experiencia mística era una cosa
sabida, pero no vivida, porque, en muchos casos, la
práctica de la mística se ha perdido. 

“No se concibe
que un camino de
iluminación lleve a
buen puerto si no es
en el marco de una
vida recta”
P.- ¿Cómo se complementan Zen y cristianismo?
R.- Yo hablo de bilingüismo religioso. Cuando empecé a
practicar Zen, sentía que estaba aprendiendo una forma
de recogerme y abismarme en el alma, y que todo lo
demás seguía igual, que el Zen no tocaba nada. Luego
fui descubriendo que esa forma de abismarse y de
recogerse está dentro de una tradición religiosa y
cultural para la que esa experiencia del misterio que
ellos llaman vacío para los sentidos es el centro. Y
el lenguaje religioso está en consonancia con eso.
Cuando se habla otra lengua, no sólo se usan palabras
diferentes para designar lo mismo, sino que las
palabras que parecen equivalentes designan realidades
distintas. Cada lenguaje –y especialmente si es un
lenguaje religioso– tiene una visión diferente del
mundo. Entonces me di cuenta de que, al aprender una
lengua religiosa nueva, había enriquecido mi lengua
religiosa original. Hay realidades que una lengua
expresa mejor que otra y, si tienes un vocabulario más
amplio por haber aprendido otra lengua, puedes conocer
y expresar realidades que antes a lo mejor sólo
intuías. 

P.- El zazen, la meditación en silencio, juega un
papel fundamental en el Zen.
R.- El Zen es un camino de práctica, por eso es algo
que toca directamente el corazón. No se basa en
teorías. Hay dos tipos de prácticas fundamentales: el
zazen, “sentarse a solas con el misterio” y el samu, o
realizar un trabajo con atención, un trabajo que te
hace recogerte. Esas prácticas necesitan de
acompañamiento, porque llegan muy hondo, a lo más
hondo del ser humano. Es algo que va más allá del
psicoanálisis. Ese acompañamiento se hace en grupo y
de manera personal. Y todo esto -y eso es lo que a
veces en Occidente se obvia olímpicamente, lo que es
una barbaridad- se debe inscribir en un marco de vida
ética. En Zen se habla de diez preceptos muy parecidos
a los de la ley mosaica: no matar, no abusar del sexo,
no mentir… No se concibe que un camino de iluminación
lleve a buen puerto si no es dentro de una vida recta.
Además, hay que tener en cuenta que el Zen ha surgido
dentro del budismo mahayana, cuyo nacimiento coincide
con el nacimiento de Jesucristo. En el budismo
mahayana, el ideal no es sólo llegar al despertar, a
la iluminación, sino hacerlo en beneficio de los
demás. 

P.- Eso parece un poco contradictorio, pues estamos
hablando de un camino de recogimiento, de abismamiento
interior.
R.- Sí, hay que volverse hacia uno mismo, y allí hay
que “estar a solas con la noticia”, como decía San
Juan de la Cruz. Pero es como cultivar las raíces de
un árbol: cuanto más se las cuida, mejores frutos da.
Pero, dejando de lado los frutos, incluso para llegar
a esas raíces de verdad y no enredarse más en el
egocentrismo, el Zen habla de seis barcas, y la
primera de todas ellas es la generosidad. Es algo que
no está lejos del Cristianismo. Se trata de pensar en
los demás. En el Zen se dice que es para liberarse del
egocentrismo; en el Cristianismo se habla de amor a
Dios a través del amor al prójimo. 


P.- El Zen dice que todos llevamos la iluminación
dentro de nosotros. Parece que el hombre de hoy está
muy a oscuras, pues se encuentra muy desconectado de
sí mismo.
R.- Sí. Es un mal muy grande que ya reseñó gente como
Jung. Él aseguraba que casi todas las personas de más
de 40 años que llegaban a su consulta padecían de una
gran desconexión de sus raíces. Muchas enfermedades,
según Jung, derivan de haberse desenganchado de las
raíces profundas. Es como un árbol al que un ratón se
le ha comido las raíces: se seca, está enclenque, no
da buenos frutos. 

P.- Según usted, ¿cuál es la razón de esa desconexión
tan radical entre lo que uno es realmente y lo que uno
hace y a lo que uno aspira en la vida?
R.- Yo creo que en nuestra cultura occidental, desde
el siglo XIV hasta ahora, impera una opción muy
radical por el estudio y el dominio del mundo
exterior. Eso está bien, pero el problema es que todo
lo que tiene que ver con el mundo interior queda cada
vez más marginado. De hecho, nuestros místicos del
siglo XVI estuvieron muy marginados. Oriente ha hecho
lo contrario. 

P.- Según usted, ¿el Zen puede sanar esa fractura?
R.- Yo veo que lo hace. La gente viene a Zendo Betania
por distintas causas: curiosidad, insatisfacción,
búsqueda de conocimiento personal, de nuevas formas de
oración, de equilibrio, de capacidad de concentración…
El Zen les hace encontrar algo, una cosa que no saben
expresar –y yo considero una buena señal que no sepan
hacerlo–, pero que cambia su vida, le da sentido, y
hace que se tomen las cosas de otra manera. Algo que
muchas veces va más allá de lo que buscaban. 

“Muchas enfermedades derivan de haberse desconectado
de las raíces profundas del ser humano”
P.- Ha dicho que practicar Zen ayuda a mirar la vida
de otra manera.
R.- Claro. Si la vida es lo que yo puedo conseguir, lo
que yo puedo ganar, ante cualquier fracaso, me
deprimo. En cambio, si la vida es otra cosa, todo
cambia. Y el Zen enseña que la vida es otra cosa: es
ese misterio, que va más allá de lo que ven mis ojos y
que sólo se puede contemplar con lo que los
victorinos, un grupo de místicos cristianos franceses
del siglo XII, decían que se percibe con lo que
llamaban “el ojo del alma”. Ellos decían que Dios nos
había creado con tres ojos: los de la cara, para ver
las cosas materiales; el de la razón, para
entenderlas, y el del alma, para ver las cosas del
espíritu. Al ser expulsados del paraíso los dos
primeros siguieron funcionando, aunque a veces
enferman o se nublan. En cambio, el ojo de la
contemplación, ni siquiera se abre. Sin embargo, es
importante cultivarle para comprender toda la
realidad, no sólo la material. El Zen es una forma de
cultivar ese “ojo del alma”. 

P.- De alguna manera, para el Zen, el silencio es un
camino de liberación.
R.- El Zen es un camino de liberación, sí. Y el
silencio es parte fundamental de este camino. No sólo
durante el zazen. 


P.- Este camino de liberación, ¿de qué permite
liberarse?
R.- Fundamentalmente, del egocentrismo, de la
encerrona dentro de uno mismo: mis deseos, mis ideas…
Esa es la mayor encerrona. Incluso desde el punto de
vista cristiano. En el Cristianismo se dice que esa
obsesión por uno es lo que impide llegar a amar a los
demás, mientras que en el Zen se dice que lo que
impide es llegar a dar con el misterio. Pero son dos
concepciones que no se excluyen. Esta es otra
enseñanza del Zen: lo que más impide llegar a dar con
el misterio es estar atado a mis ideas. Todas las
ideas tienen una forma y el misterio no tiene forma,
no se puede tocar, no se puede entender, no se puede
oler. Mientras yo esté atrapado en todo eso, no puedo
dar con el misterio. 

P.- ¿Qué relación tiene el silencio del Zen con el que
se practicaba y se sigue practicando en muchos de
nuestros conventos de clausura, de vida contemplativa?
R.- El silencio es silencio. No hay diferencia entre
un silencio y otro. Lo que cambia son las personas que
se sientan a hacer silencio. Yo por eso pienso, como
otros maestros Zen cristianos, que un cristiano que
tiene experiencia del silencio y llega a una cierta
iluminación, no tiene la misma experiencia que un
budista. Es decir, experimentan lo mismo, la misma
realidad última, pero cada uno la percibe desde un
punto de vista. 

P.- ¿Cómo es posible crear un total silencio interior,
donde no haya nada dentro?
R.- Bueno, el Zen no busca eso. El silencio Zen no
trata de eliminar recuerdos, sentimientos o
sensaciones. No se trata de aniquilar los sentidos,
sino de iluminarlos. Se trata de concentrarse en algo
para mirarlo, prescindiendo de lo demás, pero sin
eliminarlo. Eso, en la práctica, cuesta, porque,
cuanto más silencio hagas, más pensamientos acuden a
tu mente. Para explicarlo, yo pongo el ejemplo de un
río. Yo quiero atravesarlo hasta llegar a la otra
orilla, que sería la iluminación. Si me empeño en
hacer que se pare la corriente, no consigo nada.
Tirarme a la corriente y dejarme llevar tampoco me
hace alcanzar mi objetivo. Lo mejor es tender una
cuerda. En el Zen, esa cuerda es la respiración, la
concentración en la respiración. Con esa cuerda paso
al otro lado. Si hay mucha corriente, lo noto. Puede
haber hasta ramas, y hojas, pero yo sigo agarrado a la
cuerda para pasar al otro lado. Es como un barco. La
mar puede estar tranquila o revuelta, pero si el
piloto mantiene el rumbo llega a donde quiere ir.
La historia de una búsqueda

Hija de padre alemán y madre catalana, Ana María
Slütter siempre ha sido una persona de frontera y de
búsqueda. Su intensa vivencia de la fe le hizo desear
transmitir esa experiencia de Dios a los demás. Por
eso entró a formar parte de las Mujeres de Betania,
una congregación “un tanto sui generis”, según su
propia definición. 

Fundada en Holanda por el sacerdote jesuita Jacques
van Ginneken, su carisma es ayudar al hombre moderno a
reencontrar sus raíces religiosas y cristianas. 

“Siempre nos hemos movido en la frontera de la
creencia y la increencia y siempre hemos buscado, más
que formar comunidad, ser fermento de comunidad”, dice
Ana María. 

Esta religiosa no terminó de encontrar lo que buscaba
hasta que, siendo secretaria de una asociación vecinal
en el San Blas obrero y madrileño de los años setenta
entró en contacto casi por casualidad con el P. Hugo
Enomiya-Lassalle, un jesuita misionero en Japón,
fundador del primer centro Zen cristiano. El padre
Lassalle comenzó a venir a España a impartir charlas y
cursos y ella se convirtió en su traductora y
ayudante. 

En los ochenta, Ana María Slütter viajó a menudo a
Japón y allí recibió, en 1985, de manos de Yamada Kôun
Zenshin, el maestro del P. Lassalle, el título de
maestra Zen. Poco después se instaló en Brihuega
(Guadalajara), donde fundó Zendo Betania. El nombre es
ya de por sí significativo, pues zendo significa el
lugar donde se practica Zen y Betania es el nombre de
la pequeña localidad cercana a Jerusalem en donde
vivían los mejores amigos de Jesús: Lázaro, Marta y
María. En la tradición cristiana, el nombre de Betania
siempre ha sido sinónimo de amistad y acogida. 

Allí todo empezó con unos furgones viejos en donde
vivía la religiosa y la familia de su hermano, que le
ayudó a levantar la sede de Zendo Betania. Hoy es un
sencillo y cuidado centro de oración en medio del
bello valle del Tajuña, en el corazón de la Alcarria.
En ella vive Ana María Slütter. Normalmente, la
acompañan tres o cuatro personas que están haciendo
experiencias largas de vida Zen. Muchos fines de
semana, el centro se llena de decenas de personas que
asisten a charlas, fines de semana de iniciación o
jornadas de vivencia Zen. 

En sus casi veinte años de existencia, la Fundación
Zendo Betania ha ido creciendo. Además de Ana María,
existen otros tres maestros Zen cristianos en España.
Más de 500 discípulos reciben un acompañamiento
especial, y otras tantas personas acuden con
regularidad a sus encuentros Zen en Brihuega.
http://www.zendobetania.com
[http://www.humanizar.es/formacion/revista/2005/jul_ago/entrevista_001.html
]



       
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