ELTIEMPO.COM 4:32 p.m.
Presidente Chávez dice que Eln y Farc no son terroristas
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, negó hoy que los grupos guerrilleros colombianos Ejército de Liberación Nacional (Eln) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) sean organizaciones terroristas.
 
 

==============================

Se inicia la IV Guerra Mundial

Carlos Alberto Montaner

Madrid -- La comparación más oída es con el bombardeo a Pearl Harbor. El tremendo espectáculo de los aviones suicidas y de los edificios desplomándose en medio de Manhattan recuerdan el ataque japonés a la base americana en el Pacífico. Pero se equivocan: el mejor símil no es ése, es el bloqueo de Berlín en 1948, cuando los rusos decidieron apoderarse de toda la capital alemana, batalla sin bombas y sin muertos que dio origen oficial y definitivo a la guerra fría, la tercera que se libró en el siglo XX.

En ese momento crucial, el presidente Truman decidió suscribir la ``política de contención'' propuesta por el estratega George Kennan y desplegó una línea defensiva junto a los aliados del mundo democrático para frenar el espasmo imperial de los soviéticos. Cuarenta años más tarde la estrategia daba resultado y se producía el hundimiento de los países comunistas en Occidente, con la excepción (provisional) del régimen cubano.

En la mañana neoyorquina del 11 de septiembre de 2001 --y así lo consignarán los libros de historia--, Estados Unidos, mientras recogía los escombros y contaba sus muertos, se preparó mentalmente para encabezar la lucha planetaria contra los terroristas y sus aliados antisistema. Del otro lado del Atlántico se entendió muy bien lo que sucedía. Una declaración contundente del secretario general de la OTAN colocaba lo ocurrido en su correcta perspectiva: un ataque de esa naturaleza contra uno de los quince miembros de la alianza era un ataque contra todos. El artículo quinto del acuerdo que los vincula lo decía con toda claridad. No es la guerra de Estados Unidos contra un grupo de enloquecidos terroristas, sino la guerra definitiva y abierta entre las naciones democráticas y libres del planeta contra los enemigos violentos del sistema.

De la misma manera que la Segunda Guerra fue una secuela de la Primera, y la guerra fría una consecuencia de la Segunda, ésta que ahora se inicia es un producto de la que terminó con el derribo del muro de Berlín y el casi inmediato desguace del perímetro comunista. En efecto, durante cuarenta años la Unión Soviética y algunos de sus más agresivos aliados, con Cuba a la cabeza, alentaron una actitud antioccidental en medio planeta, predicando incesantemente el desprecio a los métodos democráticos, el descrédito de la economía de mercado, el odio a Estados Unidos, y, simultáneamente, el culto por la revolución violenta, donde comparecían los movimientos nacionalistas de corte terrorista, ya fueran la ETA, el IRA o los independentistas corsos.

A mediados de la década de los sesenta, con la creación en La Habana de la Tricontinental, hasta llegó a constituirse una internacional del terror en la que se daban cita todos los ``ejércitos revolucionarios'' del planeta, incluidos sandinistas nicaragüenses, montoneros argentinos, tupamaros uruguayos, macheteros puertorriqueños, miembros del IRA irlandés, japoneses, alemanes e italianos alterados por el olor de la sangre, y, poco después, etarras vascos. Estos grupos de acción, vinculados por su odio al sistema, eran, en la perspectiva de Moscú, aliados coyunturales para debilitar a Occidente desde dentro. A veces los adiestraban en Bulgaria o los educaban en la Patricio Lumumba, y a veces el KGB construía complicados esquemas para ocultar su huella, interponiendo campos de entrenamiento en Argelia, Siria, Libia o Cuba. Pero el papel de estas huestes irregulares resultaba evidente: desangrar las democracias occidentales como preparación de la llegada del día final.

Lo que ha pasado es lo siguiente: desaparecidos la URSS y sus satélites, esa jauría, desarticulada y huérfana, rota y desmoralizada, todavía es capaz de embestir. Todavía da coletazos, especialmente si cuenta con dinero petrolero de algunos países árabes y la ayuda directa de ciertos estados. No es una casualidad que el representante del IRA en La Habana haya sido capturado en Colombia recientemente mientras hacía contacto con las FARC de Tirofijo. No fue producto del azar que las armas con las que los montoneros atacaron el cuartel La Tablada, al final del mandato de Alfonsín, salieran de La Habana. No es extraño que los explosivos que se roban en Francia los independentistas corsos acaben estallando en Barcelona o en Medellín. No es por caridad que el señor Gadhaffi y el señor Saddam Hussein aportan fondos a las campañas políticas de sus aliados, ya sean chavistas venezolanos o sandinistas nicaragüenses. No es una curiosa coincidencia que los agentes de influencia que ayer apoyaban a Guevara hoy lo hagan con los zapatistas mexicanos, la ETA vasca, los sin-tierra brasileros, los okupas de todas partes y las aguerridas huestes antiglobalización. Todos forman parte del mismo cucarachero ideológico.

Y es contra todo ese universo viscoso de asesinos, dinamiteros, tirapiedras y revolucionarios iluminados, insurgidos contra la democracia, el estado de derecho y la economía de mercado, que, a partir de ahora, todas los estados responsables van a tomar su fusil y ocupar la casamata que les corresponda. La clave de la dureza del combate ya fue revelada por Bush en su alocución a la nación: no sólo se hará responsables a los terroristas, sino a quienes los albergan y les proporcionan cualquier clase de ayuda. La Cuarta Guerra Mundial ha comenzado. Será rara e irregular, y podrán reñirse batallas espantosas --falta pasar por la atroz experiencia de la guerra bacteriológica--, pero así son las guerras. El consuelo es que, sin duda, el Occidente la ganará también.

Septiembre 16, 2001

====================================

Responder a