Bin Laden y el error de la izquierda En realidad, es un error inmenso interpretar esta Cuarta Guerra
Mundial, la que se libra contra el terrorismo fundamentalista, con la gramática
de la Tercera, la Guerra Fría. Durante la Guerra Fría se enfrentaron dos ideas
de la justicia y de la economía, ambas paridas en Occidente. El marxismo, que
buscaba un mundo feliz y equitativo, donde todos dispusieran de los mismos
bienes y servicios, era un disparate teórico que invariablemente se trasformaba
en una pesadilla carcelaria y asesina. Los resultados de la aplicación de esa
doctrina, como se demostró en la práctica, devinieron en cien millones de
muertos y el empobrecimiento relativo de una parte sustancial de la humanidad,
pero al menos la justificación teórica estaba basada en una serie de
razonamientos moralmente encadenados: la desigualdad es injusta; la desigualdad
surge del modelo capitalista de propiedad privada; esa forma de organización
social conduce y mantiene en la pobreza a millones de seres humanos; ergo
hay que destruir ese sistema y sustituirlo por el comunista.
Al señor Bin Laden esta lectura de la realidad lo deja indiferente.
Sus preocupaciones esenciales no son la pobreza o la desigualdad. El y sus
amigos son inmensamente ricos y educados. No es un reformador social como lo
fueron Nasser o Atatürk. Es un guerrero de Dios devotamente dedicado al
exterminio de infieles y a extender su versión ortodoxa del islam. Si su enemigo
fuera la pobreza de los musulmanes, hubiera dedicado su fortuna y su imaginación
a tratar de erradicar este flagelo en la enorme geografía hambrienta de los
pueblos mahometanos. ¿Dónde hay más pobres que en Pakistán, en Bangladesh, en
Siria, Marruecos o en Afganistán? Bin Laden pretende otra cosa: extirpar la
presencia y la influencia de Occidente de las tierras de Mahoma. Su guerra tiene
otro origen. Las terribles diferencias de clase, la coexistencia entre el señor
poderoso rodeado de sirvientes y mujeres, junto al miserable que se muere de
hambre o junto a los esclavos que se compran y venden en Sudán, no le provocan
ninguna indignación especial. Y es lógico que así sea: una cultura que proclama
la desigualdad esencial entre hombres y mujeres no puede albergar valores
equitativos. Si se admite que la mitad de la especie humana es distinta e
inferior resulta imposible reivindicar ninguna suerte de igualitarismo
solidario. Hace unos años --ahora se entiende con total claridad--, cuando Bin
Laden luchaba contra los soviéticos, no lo hacía para librar a Afganistán de la
bota extranjera imperialista, sino para expulsar de su tierra santa a los ateos
infieles venidos de la vertiente occidental. Corazón adentro, sus
circunstanciales aliados de la CIA le provocaban la misma repugnancia que los
bolcheviques enemigos. Breznev y Gorbachov le producían el mismo rechazo que
Reagan y Bush (padre). Para él todos eran sus enemigos, porque todos estaban
fuera de la hermandad espiritual forjada a sangre y fuego por Mahoma.
En este sentido hay una radical diferencia entre la civilización
islámica y el cristianismo. El islam tomó muchos elementos del
judeocristianismo. La idea del Mesías, incluso de la trascendencia del alma y la
existencia de un juicio final con premios y castigos, forman parte de las tres
creencias. Pero en la religión fundada por Jesús hay una vocación asistencial y
de justicia social mucho más acendrada que en el islamismo. Más aún: la
expansión del cristianismo en los siglos iniciales no se debió a las conquistas
militares, sino a la compasión y a la caridad practicadas por los primeros
cristianos. Eran grupos organizados para enterrar a los muertos dignamente, para
consolar a las viudas y ayudar a los necesitados. De ahí el desproporcionado
número de mujeres y esclavos que se acercaron a la prédica cristiana: buscaban
consuelo, asistencia material, y un círculo solidario que los protegiera de sus
infortunios. No era una religión ``fuerte'' que se impusiera por la violencia,
sino ``débil'', capaz de ofrecer siempre la otra mejilla. Nada de esto se
observa en el islam. Es, pues, un burdo error de la izquierda marxista --o de lo que queda
en pie de esa antigua expresión del delirio-- suponer que Bin Laden es un aliado
indirecto en la lucha contra el odiado ``imperialismo yanqui''. La verdad es que
desde la pupila enrojecida del señor Bin Laden apenas hay diferencia entre el
ejecutivo asesinado en las torres gemelas, la vengativa señora De Bonafini o la
joven estudiante radical y burguesa de la Universidad Católica de Quito. Todos
conforman al mismo enemigo occidental, impíamente secularizado por los infieles.
Es decir, todos son merecedores de la muerte. Noviembre 18, 2001 |