Bin Laden y el error de la izquierda

Carlos Alberto Montaner  

En un tono agrio, una muchacha de la burguesía quiteña me lo dijo en la Universidad Católica: ``Estados Unidos tiene la culpa de lo ocurrido. Ellos se lo buscaron''. ¿Por qué? ``Por su hiriente prosperidad. Mientras el mundo se arrastra en la pobreza, Estados Unidos nada en la abundancia. El señor Bin Laden, sencillamente, representa a los pobres de este injusto mundo nuestro''. El razonamiento acababa de escucharlo en Buenos Aires, de boca de Hebe de Bonafini, presidenta de una organización supuestamente dedicada a la defensa de los derechos humanos. Para esta señora el ataque a las torres gemelas y la muerte de varios millares de estadounidenses eran un motivo de júbilo. Según ella, en esos edificios, corazón del sistema capitalista, se planeaba el genocidio de los pobres del planeta.

En realidad, es un error inmenso interpretar esta Cuarta Guerra Mundial, la que se libra contra el terrorismo fundamentalista, con la gramática de la Tercera, la Guerra Fría. Durante la Guerra Fría se enfrentaron dos ideas de la justicia y de la economía, ambas paridas en Occidente. El marxismo, que buscaba un mundo feliz y equitativo, donde todos dispusieran de los mismos bienes y servicios, era un disparate teórico que invariablemente se trasformaba en una pesadilla carcelaria y asesina. Los resultados de la aplicación de esa doctrina, como se demostró en la práctica, devinieron en cien millones de muertos y el empobrecimiento relativo de una parte sustancial de la humanidad, pero al menos la justificación teórica estaba basada en una serie de razonamientos moralmente encadenados: la desigualdad es injusta; la desigualdad surge del modelo capitalista de propiedad privada; esa forma de organización social conduce y mantiene en la pobreza a millones de seres humanos; ergo hay que destruir ese sistema y sustituirlo por el comunista.

Al señor Bin Laden esta lectura de la realidad lo deja indiferente. Sus preocupaciones esenciales no son la pobreza o la desigualdad. El y sus amigos son inmensamente ricos y educados. No es un reformador social como lo fueron Nasser o Atatürk. Es un guerrero de Dios devotamente dedicado al exterminio de infieles y a extender su versión ortodoxa del islam. Si su enemigo fuera la pobreza de los musulmanes, hubiera dedicado su fortuna y su imaginación a tratar de erradicar este flagelo en la enorme geografía hambrienta de los pueblos mahometanos. ¿Dónde hay más pobres que en Pakistán, en Bangladesh, en Siria, Marruecos o en Afganistán? Bin Laden pretende otra cosa: extirpar la presencia y la influencia de Occidente de las tierras de Mahoma. Su guerra tiene otro origen. Las terribles diferencias de clase, la coexistencia entre el señor poderoso rodeado de sirvientes y mujeres, junto al miserable que se muere de hambre o junto a los esclavos que se compran y venden en Sudán, no le provocan ninguna indignación especial. Y es lógico que así sea: una cultura que proclama la desigualdad esencial entre hombres y mujeres no puede albergar valores equitativos. Si se admite que la mitad de la especie humana es distinta e inferior resulta imposible reivindicar ninguna suerte de igualitarismo solidario.

Hace unos años --ahora se entiende con total claridad--, cuando Bin Laden luchaba contra los soviéticos, no lo hacía para librar a Afganistán de la bota extranjera imperialista, sino para expulsar de su tierra santa a los ateos infieles venidos de la vertiente occidental. Corazón adentro, sus circunstanciales aliados de la CIA le provocaban la misma repugnancia que los bolcheviques enemigos. Breznev y Gorbachov le producían el mismo rechazo que Reagan y Bush (padre). Para él todos eran sus enemigos, porque todos estaban fuera de la hermandad espiritual forjada a sangre y fuego por Mahoma.

En este sentido hay una radical diferencia entre la civilización islámica y el cristianismo. El islam tomó muchos elementos del judeocristianismo. La idea del Mesías, incluso de la trascendencia del alma y la existencia de un juicio final con premios y castigos, forman parte de las tres creencias. Pero en la religión fundada por Jesús hay una vocación asistencial y de justicia social mucho más acendrada que en el islamismo. Más aún: la expansión del cristianismo en los siglos iniciales no se debió a las conquistas militares, sino a la compasión y a la caridad practicadas por los primeros cristianos. Eran grupos organizados para enterrar a los muertos dignamente, para consolar a las viudas y ayudar a los necesitados. De ahí el desproporcionado número de mujeres y esclavos que se acercaron a la prédica cristiana: buscaban consuelo, asistencia material, y un círculo solidario que los protegiera de sus infortunios. No era una religión ``fuerte'' que se impusiera por la violencia, sino ``débil'', capaz de ofrecer siempre la otra mejilla. Nada de esto se observa en el islam.

Es, pues, un burdo error de la izquierda marxista --o de lo que queda en pie de esa antigua expresión del delirio-- suponer que Bin Laden es un aliado indirecto en la lucha contra el odiado ``imperialismo yanqui''. La verdad es que desde la pupila enrojecida del señor Bin Laden apenas hay diferencia entre el ejecutivo asesinado en las torres gemelas, la vengativa señora De Bonafini o la joven estudiante radical y burguesa de la Universidad Católica de Quito. Todos conforman al mismo enemigo occidental, impíamente secularizado por los infieles. Es decir, todos son merecedores de la muerte.

Noviembre 18, 2001

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