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ELPAIS.ES
   EDICIÓN IMPRESA  opinión

Contra el pacto de la muerte

Por: SAMIR NAÏR Profesor invitado en la Universidad
Carlos III de Madrid y Eurodiputado
Socialista Frances.

La sangrienta tragedia que asuela los territorios ocupados palestinos y 
aterroriza a los civiles, palestinos e israelíes, es la mera derrota del 
principio de humanidad. Nunca deploraremos lo suficiente nuestra impotencia 
ante tal estallido de violencia y de venganza mortífera. Es ésta una derrota 
de la razón deseada, organizada, puesta en marcha y, finalmente, ejecutada 
por unos políticos tan demagogos como incompetentes, tan devorados por el 
odio como fanáticamente retrógrados.
Desde que el general Sharon llegó al poder en Israel, se desencadenó una 
oleada de violencia sin precedentes contra los palestinos. Preveíamos lo 
peor, pero no nos imaginábamos lo irreparable. La estrategia de Sharon se 
vio desde el comienzo. Sabía que instituyendo los asesinatos de dirigentes 
del movimiento nacional palestino y de islamistas como método de gobierno 
provocaría respuestas igualmente aberrantes; que negándose a dialogar con la 
OLP, único interlocutor para lograr la paz, empujaba a Arafat a una trampa 
sin salida porque éste no podía aceptar esos asesinatos sin arriesgarse a 
ser considerado un simple colaborador de Israel. Mientras, la colonización 
de tierras palestinas prosigue, los civiles de ambos bandos se arman y los 
bombardeos y los actos de terrorismo ciego redoblan su intensidad. Es el 
triunfo de la muerte.

Su objetivo está claro: enterrar definitivamente los acuerdos de Oslo. Pero 
Sharon sólo ha podido obrar de este modo porque tuvo éxito en dos 
operaciones previas: neutralizar al Partido Laborista convirtiéndolo, 
mediante su participación en el Gobierno, en corresponsable de este método 
sangriento, y aprovechar el desinterés cómplice de EE UU desde la llegada de 
Bush al poder. Porque da la impresión de que ambos, Bush y Sharon, sólo 
creen en la fuerza. Y Peres, paladín de los grandes planes futuros, es rehén 
de una enfurecida coalición gubernamental que desacredita cruelmente al 
Partido Laborista israelí.

En el otro bando la situación es igual de catastrófica. La dirección de la 
OLP ha perdido de hecho el control de la situación. No ha sabido, ni podido, 
imponer a los distintos extremistas la línea de paz que había escogido. Es 
cierto que los acuerdos de Camp David, propuestos bajo la égida de Clinton, 
no eran muy favorables a los palestinos, pero al menos abrían una nueva 
etapa en unas negociaciones amenazadas por todas partes. ¿Cómo comprender 
que, dada la relación de fuerzas de entonces, rechazar un acuerdo imperfecto 
iba a beneficiar sobre todo a los partidarios del rechazo total? Más valía 
ese acuerdo, perfeccionable posteriormente, que el callejón sin salida al 
que conduciría un fracaso de las negociaciones de Camp David. Es verdad que 
no sabemos quién se encuentra realmente en el origen de este fracaso. Arafat 
ha dicho en varias ocasiones que el entonces primer ministro, Ehud Barak, 
engañó a los palestinos. Pero la manipulación es una condición inherente a 
toda negociación, y el papel de una dirección digna de este nombre es 
tenerlo en cuenta. Negándose a firmar una apuesta incierta, la OLP 
refrendaba su propia impotencia.

El resultado directo e ineludible es que los islamistas de Hamás aparecen 
hoy como la única fuerza de resistencia activa frente a la ocupación 
israelí. Es lo que siempre desearon los dirigentes del Likud, pues comparten 
con los integristas islámicos la misma voluntad: convertir la lucha de los 
palestinos en un conflicto religioso de derecho divino en lugar de en un 
contencioso territorial de derecho público. En este estercolero de fanatismo 
religioso, Sharon sólo podía prosperar. Así, los enemigos encarnizados se 
han unido indisolublemente en un pacto de muerte. Y esta danza macabra se 
lleva a cabo en medio de la indiferencia general del mundo.

Antes del 11 de septiembre, EE UU había decidido más o menos dejar pudrirse 
la situación. El presidente Bush, dedicado de lleno a poner en marcha una de 
las políticas sociales más retrógradas desde la marcha de Reagan, necesitado 
de que se olvidaran unas elecciones bajo sospecha y decidido a imponerse 
brutalmente a un mundo desarrollado más distendido desde la caída de la 
URSS, no quería ganarse en el interior la enemistad de los grupos de presión 
que con tanta eficacia actúan a favor de Israel. El relanzamiento de una 
loca carrera armamentística se había convertido en su única política 
mundial. ¿Acaso no fue por esto por lo que recibió el apoyo, frente al 
candidato demócrata, de unos lobbies de la industria privada de armamento 
que hacían sonar los clarines de guerra para llenarse los bolsillos?

Tras el 11 de septiembre, la estrategia que parece prevalecer es la de meter 
en vereda a todo aquel que se atreva a alzarle la voz a Washington. También 
en esto puede verse hasta qué punto los fanáticos integristas, al sembrar su 
obra de muerte, han favorecido a las tendencias más duras de la 
superpotencia estadounidense. Pero la responsabilidad de EE UU en el 
conflicto israelo-palestino es muy grande. Desde la Conferencia de Madrid se 
han proclamado los únicos tutores de un acuerdo en Oriente Próximo. Apoyaron 
los acuerdos de Oslo, pero ahora ya sólo hablan tímidamente de ellos. Estos 
acuerdos, destruidos por las incesantes violaciones de Israel en el tema de 
la colonización y por unas exigencias cada vez mayores, y debilitados por 
los atentados terroristas contra civiles israelíes, han terminado por ser 
sustituidos, en la negociación apoyada con la boca pequeña por los 
estadounidenses, por el Plan Mitchell, que, a su vez, es el resultado de 
nuevas agresiones israelíes y que se queda muy por detrás de lo acordado en 
Oslo. No sólo se está girando sobre sí mismo, sino que se retrocede.

Y la 'comunidad internacional', nunca ha merecido menos este nombre. 
¡Impotencia internacional sería más realista! Europa se ha atribuido 
definitivamente el papel de subalterno en Oriente Próximo. Los europeos 
están allí para 'favorecer' el diálogo, pero sólo se les invita a llevar las 
sillas de los protagonistas de una obra en la que no tienen ningún papel. Se 
podría esperar que esa Europa impotente al menos dejaría a las naciones 
europeas que pueden hacerlo alzar la voz en una solidaridad silenciosa. ¡En 
absoluto! En cuanto uno se mueve, los demás sospechan que quiere obrar por 
su cuenta para saciar su sed de hegemonía. Y esto está mal visto en una 
Europa que se busca a sí misma. Así, pese a los esfuerzos y el talento del 
diplomático español Miguel Ángel Moratinos, la misión diplomática europea en 
Oriente Próximo está condenada a desempeñar el papel de figurante, por falta 
de medios y de peso.

Los países árabes no saben ya a qué santo encomendarse. Aquellos que han 
elegido la paz con Israel van de las desilusiones estadounidenses a las 
derrotas electorales del bando oficial de la paz en Jerusalén. Sus discursos 
son tanto más iracundos cuanto más impotentes se sienten para modificar las 
cosas. Y quienes no creen en la paz, o la rechazan, recuerdan todos los días 
que la historia les da la razón... aunque sea sobre un montón de cadáveres. 
La opinión pública está indignada ante tal impotencia; y los integristas de 
todas las tendencias sacan provecho de ello. En el mundo árabe-musulmán, la 
radicalización confesional de las capas más pobres de la población se va 
extiendiendo hoy cada vez más a las capas medias, que ven cómo, con la 
terrible crisis de integración social que afecta a sus sociedades, se alejan 
sus más modestos sueños de modernización política. La vuelta con renovado 
vigor del autoritarismo de los poderes no permite focalizar demasiado la 
atención en los problemas internos. Todos los rencores, toda la cólera, toda 
la búsqueda de dignidad, se trasladan al exterior, a Occidente, al que se 
considera culpable de pensar sólo en sus intereses, y a Israel, verdugo de 
los palestinos y encarnación de la violencia y de la agresión permanente. 
Los regímenes en el poder todavía logran dominar esta violencia en 
ebullición, pero ¿hasta cuándo?

Una catástrofe en Palestina puede desencadenar un verdadero seísmo en todo 
el mundo árabe. Sólo sacarán provecho de ello las corrientes políticas más 
duras, más radicales, también las más fanáticas. Y Europa, fronteriza con el 
mundo árabe y que cuenta con varios millones de musulmanes, se verá 
inevitablemente afectada de forma directa. Puede que esto no choque al otro 
lado del Atlántico, pero es indignante comprobar la incapacidad de la 
mayoría de los dirigentes europeos para ver más allá de la punta de sus 
narices. La desestabilización en el Mediterráneo y, más allá, en los países 
del Golfo, es ya una amenaza más que probable. Lo mismo que la guerra del 
Golfo tuvo unos efectos -la ascensión del integrismo en todo el mundo árabe- 
que se prolongaron durante una década, el fracaso de la paz en Oriente 
Próximo va a engendrar un endurecimiento que durará años. Y Europa sufrirá 
inevitablemente por ello.

Ante tamaño desastre, ante la victoria momentánea de los partidarios de la 
muerte, ¿hay que caer en la desesperación? ¿Hay que rendirse? Al contrario. 
En estas situaciones es cuando hay que resistir con todas las fuerzas a lo 
intolerable. La justicia no ha tenido nunca tanta necesidad de defensores 
como en el caso del conflicto palestino-israelí. Hay que afirmar con fuerza 
algunas verdades sencillas.

En primer lugar, está claro que la paz estadounidense ha fracasado. En este 
conflicto, Estados Unidos no es neutral. En realidad es un aliado 
privilegiado del Gobierno israelí. Ha tomado partido y está en su derecho. 
Pero la OLP debe sacar de ello las consecuencias pertinentes, y los Estados 
árabes moderados, también. EE UU no puede pretender ya dirigir en solitario 
las negociaciones entre los protagonistas. En el proceso de paz en Oriente 
Próximo deben participar Europa, Rusia y China, además de los países árabes 
partidarios de la paz y de los principales implicados. En segundo lugar, es 
necesario que la ONU vuelva a tomar el asunto en sus manos. Hay que 
organizar una conferencia internacional enseguida y enviar tropas de 
interposición lo más rápidamente posible. Hoy por hoy, hay que 
internacionalizar el conflicto, separar a los contendientes. Por último, es 
de crucial importancia propiciar las reuniones entre israelíes y palestinos, 
judíos y musulmanes, para reemprender un diálogo roto por la ceguera de unos 
líderes obtusos e incapaces. Hay que organizar reuniones no para volver a 
hacer la guerra con otros medios, sino para explorar las vías de la paz por 
todos los medios. Porque, y nunca lo repetiremos lo suficiente, en Oriente 
Próximo sólo hay una solución: la paz.


http://www.elpais.es/articulo.html?xref=20011211elpepiopi_7&type=Tes&anchor=elpepiopi&d_date=20011211




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    cortesia de Anibal Monsalve Salazar

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