Las elecciones italianas, un referéndum moral 

UMBERTO ECO 
Umberto Eco es escritor y semiólogo italiano. 
A nadie le gustaría despertarse una mañana y comprobar que todos los
periódicos italianos, Corriere della Sera, La Repubblica, La Stampa, Il
Messaggero, Il Giornale y los demás, de L'Unità a Il Manifesto, así como
las revistas semanales y las mensuales, de L'Espresso a Novella 2000, hasta
la revista Golem, difundida por Internet, pertenecen a un solo propietario,
cuyas opiniones fatalmente reflejan. Nos sentiríamos menos libres.
Esto es lo que ocurriría en Italia con una victoria del Polo, que se llama
a sí mismo de las Libertades. El mismo dueño tendría como propiedad privada
tres cadenas televisivas y el control político de las otras tres. Y las
seis mayores cadenas televisivas nacionales cuentan más, como medios de
formación de la opinión pública, que todos los periódicos juntos.
El mismo propietario controla ya periódicos y revistas importantes, pero ya
se sabe lo que ocurre en estos casos: otros periódicos se alinearían con
los del área gubernamental, ya sea por tradición, ya sea porque sus
propietarios considerarían útil para sus intereses nombrar a directores
cercanos a la nueva mayoría. En pocas palabras, se instauraría un régimen
de hecho.
Por régimen de hecho cabe entender un fenómeno que se produciría por sí
solo, aun si se asume que Silvio Berlusconi es un hombre de absoluta
honradez, que su riqueza se ha formado de un modo irreprochable y que su
deseo de favorecer al país, incluso en detrimento de sus intereses, es
sincero. Cualquiera que se encuentre en la situación de controlar de hecho
todas las fuentes de información de su país, ni aun siendo un santo, podría
sustraerse a la tentación de administrarlas según la lógica que el sistema
impusiera y, aun cuando hiciese todo lo posible por no caer en esa
tentación, el régimen sería administrado de hecho por sus colaboradores.
Nunca se ha visto, en la historia de ningún país, a un periódico o a una
cadena televisiva que realicen espontáneamente una campaña en contra de su
propietario.
Esta situación, conocida ya en el mundo como la anomalía italiana, debería
bastar para establecer que una victoria del Polo en Italia no equivaldría
-como muchos politólogos afirman- a la normal alternancia entre derechas e
izquierdas que forma parte de la dialéctica democrática. La instauración de
un régimen de hecho (que, repito, se instaura al margen de las voluntades
individuales) no forma parte de ninguna dialéctica democrática.
Para aclarar por qué nuestra anomalía no alarma a la mayoría de los
italianos hay que analizar, ante todo, cuál es el electorado potencial del
Polo. Se divide en dos categorías.
La primera es la del electorado motivado. Está formada por quienes se
adhieren al Polo por convicción efectiva. Es convicción motivada la del
partidario delirante de la Liga que quisiera meter a los inmigrantes
extracomunitarios, y posiblemente también a los meridionales, en vagones
precintados; la del liguista moderado que considera conveniente defender
los intereses particulares de su área geográfica, pensando que puede vivir
y prosperar blindada y separada del resto del mundo; la del ex fascista
que, aun aceptando (acaso a regañadientes) el orden democrático, se propone
defender sus valores nacionalistas y acometer una revisión radical de la
historia del siglo XX; la del empresario que considera (justamente) que las
eventuales reducciones de impuestos, prometidas por el Polo, irían
exclusivamente en beneficio de los acomodados; la de aquellos que, habiendo
tenido contenciosos con la justicia, ven en el Polo una alianza que pondrá
freno a la independencia de los fiscales; la de quienes no quieren que sus
impuestos se inviertan en las regiones atrasadas. Para todos ellos, la
anomalía y el régimen de hecho, si no bienvenidos, son en todo caso un
peaje de poca monta que conviene pagar para ver realizados sus fines; por
lo tanto, ningún argumento contrario podrá apartarles de una decisión
conscientemente adoptada.
La segunda categoría, que llamaremos electorado encantado, seguramente la
más numerosa, es la de quienes no tienen una opinión política definida,
pero han basado su sistema de valores en la educación servil impartida
desde hace decenios por las televisiones, y no sólo por las de Berlusconi.
En estos electores prevalecen ideales de bienestar material y una visión
mítica de la vida, no muy distinta a la de quienes llamaremos genéricamente
emigrantes albaneses. El emigrante albanés ni siquiera pensaría en venir a
Italia si la televisión italiana (perfectamente visible en su país) le
hubiese mostrado durante años sólo la Italia de películas como Roma, ciudad
abierta, Obsesión o Paisá... Es más, se mantendría lo más lejos posible de
una tierra tan desdichada. Emigra porque conoce una Italia donde una
televisión rica y multicolor distribuye fácilmente riqueza a quien sabe que
el nombre de Garibaldi era Giuseppe, una Italia del espectáculo...
Ahora bien, a este electorado, que además (como indican las estadísticas)
lee pocos periódicos y poquísimos libros, poco le importa que se instaure
un régimen de hecho, que no disminuiría, antes bien, aumentaría la cantidad
de espectáculo a la que ha sido acostumbrado. Por ello mismo hace reír
quien se obstina en sensibilizarlo hablándole del conflicto de intereses.
La respuesta que se oye a menudo alrededor es que, si Berlusconi promete
defender los intereses de los demás, a nadie le importa el hecho de que
defienda también sus propios intereses. De nada sirve que a estos electores
se les diga que Berlusconi podría modificar la Constitución; ante todo,
porque la Constitución no la han leído jamás, y en segundo lugar, porque
también han oído hablar de modificar la Constitución a los representantes
del Olivo ¿Y entonces? Para ellos es irrelevante saber qué artículo de la
Constitución puede ser modificado. No olvidemos que, inmediatamente después
de la Asamblea Constituyente, la revista satírica Candido ironizaba con
punzantes viñetas sobre el artículo que dice que la República defiende el
paisaje, como si se tratara de una extravagante e irrelevante invitación a
la jardinería. Que aquel artículo anticipase las actuales y tremendas
preocupaciones por la salvación del medio ambiente era un detalle que
escapaba tanto al gran público como a los mismos periodistas informados.
De nada sirve que a estos electores se les diga a voces que Berlusconi
podría poner la mordaza a los magistrados, porque la idea de la justicia se
asocia a la de amenaza e intromisión en los asuntos privados. Este
electorado afirma cándidamente que un presidente rico por lo menos no
robaría, porque concibe la corrupción en términos de millones o decenas de
millones, no en términos astronómicos de billones. Estos electores piensan
(y con razón) que Berlusconi no se dejaría nunca corromper por una cifra
equivalente al precio de un piso de tres habitaciones con baño, o por el
regalo de un coche de gran cilindrada, pero (cosa que por otra parte nos
ocurre casi a todos nosotros) consideran imperceptible la diferencia entre
10 y 20 billones. La idea de que un Parlamento controlado por la nueva
mayoría pueda votar una ley que, por una serie de causas y efectos no
inmediatamente comprensibles, produjera al jefe del Gobierno un beneficio
de un billón no corresponde a su noción cotidiana del haber y el debe,
comprar, vender o canjear. ¿Qué sentido tiene hablarles, a esos electores,
de empresas off shore, cuando a lo sumo desearían poder pasar en playas
exóticas una semana de vacaciones con vuelo charter?
¿Qué sentido tiene hablarles, a esos electores, de The Economist si ignoran
hasta el título de muchos periódicos italianos y no saben de qué tendencia
son, y al subir al tren les resulta indiferente comprar una revista de
derechas o de izquierdas, bastándoles que en la portada se exhiba un
trasero? Este electorado es totalmente insensible a toda acusación y está
fuera de toda preocupación por el régimen de hecho. Es un electorado
producido por nuestra sociedad, con años y años de atención a los valores
del éxito y de la riqueza fácil; que ha sido generado también por la prensa
y la televisión que no son de derechas; que es producto de los desfiles de
modelos procaces, de madres que abrazan finalmente al hijo que ha emigrado
a Australia, de parejas que obtienen el elogio de los vecinos porque han
exhibido sus crisis conyugales delante de una cámara; es un electorado
producido asimismo por lo sagrado transformado a menudo en espectáculo, por
la ideología de que basta agradar para vencer, por el escaso encanto
mediático de toda noticia que diga lo que las estadísticas demuestran -que
la criminalidad ha disminuido-, mientras que es mucho más morbosamente
visible el caso de una criminalidad sobremanera cruel que induce a pensar
que lo que ha ocurrido una vez podría ocurrirles mañana a todos. Este
electorado encantado es el que hará ganar al Polo. La Italia que tendremos
será la que ellos hayan querido.
Frente al electorado motivado y al electorado encantado de la derecha, el
mayor peligro para nuestro país está constituido sin embargo por el
electorado desmotivado de la izquierda (y nos referimos a la izquierda en
el sentido más amplio de la palabra, desde el viejo laico republicano y el
joven de Refundación Comunista hasta el católico del voluntariado que ya no
se fía de la clase política). Es la masa de aquellos que ya saben las cosas
dichas hasta ahora (y que ni siquiera necesitan que se las recuerden), pero
que se sienten decepcionados por el Gobierno saliente, por lo que esperaban
de él, y que consideran tibiamente lo que han recibido, por lo que deciden
castrarse por contrariar a su mujer. Para castigar a quienes no les han
satisfecho, harán ganar al régimen de hecho. La responsabilidad moral de
éstos es enorme, y la Historia mañana no criticará a los enganchados a las
telenovelas, que habrán recibido la telenovela que querían, sino a quienes,
aun leyendo libros y periódicos, no se han dado cuenta todavía, o tratan
desesperadamente de ignorar, que lo que nos espera mañana no son elecciones
normales, sino un referéndum moral. En la medida en que rechacen esta toma
de conciencia están destinados al cerco dantesco de los indolentes.
Contra la indolencia se invita ahora también a los indecisos y a los
desencantados a suscribir un llamamiento muy sencillo, que no les obliga a
compartir todas las consideraciones de este artículo, sino sólo la parte
que se transcribe a continuación en cursiva.
Contra la instauración de un régimen de hecho, contra la ideología del
espectáculo, para salvaguardar en Italia la pluralidad de la información,
consideramos las próximas elecciones como un referéndum moral al que nadie
tiene derecho a sustraerse.
Éste será para muchos un llamamiento a su conciencia y a asumir su
responsabilidad. Porque 'ningún hombre es una isla... No mandes nunca a
preguntar por quién dobla la campana: la campana dobla por ti'.


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