LECTURAS INTERESANTES Nº 380
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LIMA, PERU                20 ENERO 2009
 
"Yo tengo un sueño"
 
El 28 de agosto de 1963 Martin Luther King brindó su discurso "Yo tengo un 
sueño"
 en los escalones del monumento a Lincoln en Washington D.C. durante una 
histórica 
marcha por los derechos civiles en EE.UU. Aquí el texto completo de una 
oratoria histórica. 
 
Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante la historia la 
mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país. 
Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, 
firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como 
un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, 
chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso 
amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el 
negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente 
lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; 
cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso 
océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece 
en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su 
propia tierra. 
Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto 
sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando 
los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la 
Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que 
todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de 
que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la 
vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. 
Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que 
concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, 
Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido 
devuelto con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que 
el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes 
fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos 
venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la 
libertad y de la seguridad de justicia. 
También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de 
América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo 
de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de 
hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del 
oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la 
justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para 
todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las 
arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad. 
Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la 
importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo 
descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de 
libertad e igualdad. 
1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los 
negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo 
despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni 
tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus 
derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los 
cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia. 
Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que 
conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el 
proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos 
satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el 
odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la 
dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa 
degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las 
majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. 
La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe 
conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de 
nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado 
a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está 
inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos
 caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia 
adelante. No podemos volver atrás. 
Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo 
quedarán satisfechos?" 
Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto 
viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de 
las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos 
trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar 
satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva 
York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no 
quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud 
como una poderosa corriente". 
Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y 
tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos 
de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido 
golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de 
la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. 
Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es 
merecido, es emancipador. 
Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a 
Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del 
Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No 
nos revolquemos en el valle de la desesperanza. 
Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del 
momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño 
"americano". 
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de 
su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres 
son creados iguales". 
Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos 
esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar 
juntos a la mesa de la hermandad. 
Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el 
calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad 
y justicia. 
Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán 
juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad. 
¡Hoy tengo un sueño! 
Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de 
interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un 
sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los 
niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas. 
¡Hoy tengo un sueño! 
Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán 
llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán 
enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género 
humano. 
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta 
fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. 
Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una 
hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar 
juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, 
sabiendo que algún día seremos libres. 
Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un 
nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a ti te canto. 
Tierra de libertad donde mis antecesores murieron, tierra orgullo de los 
peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si 
Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad. 
Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de 
Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva 
York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de 
Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en 
Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! 
Pero no sólo eso! ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de 
Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que 
repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! "De cada 
costado de la montaña, que repique la libertad". 

Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada 
caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día 
cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, 
protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo 
spiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, 
¡somos libres al fin!" 
 



GUILLERMO VÁSQUEZ CUENTAS
 Tlfs. 51-1-653-5382 // Cel 51-959693204


      

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