LECTURAS INTERESANTES Nº 403
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LIMA PERÚ                                                       26 AGOSTO 2009
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74 a 9 
 
César Hildebrandt 
LA PRIMERA 26 de agosto de 2009 
 
En Puno, la gripe AH1N1 ha matado a nueve personas en lo que va de este 
invierno. Pero durante este mismo periodo la neumonía ya ha fulminado –sigo 
hablando de Puno- a 74 niños menores de cinco años.

Por lo tanto: Gripe AH1N1 9-Neumonía 74. Es la goleada mortal más abultada de 
los últimos tiempos.

Y a esto habría que añadir que más de la mitad de las muertes causadas en Puno 
por el virus de la gripe porcina corresponde a niños. La última de estas 
víctimas, por ejemplo, era una niña de dos años y ocho meses que no pudo ser 
salvada en el hospital Carlos Monge.

De modo que hablar de 74 a 9 resulta no sólo idiotamente frívolo sino también 
inexacto.

Es cierto que la mortalidad infantil ha descendido lentamente en el Perú. Pero 
aun ahora, después de estos años de bonanza minera y agroexportadora, seguimos 
siendo un país con cuatro veces más muertes infantiles que las que ocurren en 
los países desarrollados. 

Los números no mienten: 6 infantes de cada mil en el primer mundo, 21 por cada 
mil en el Perú.

Y, claro, decir 21 muertes por cada cien mil es un espejismo estadístico. 
Porque ese promedio funde las cifras de Lima y las ciudades de la costa mejor 
atendidas por la salud pública con el pavor del mapa de la extrema pobreza.

En la raíz de esas muertes evitables está la pobreza. Y la hija mayor de la 
pobreza, que es la desnutrición. Las cifras dadas a conocer por la Unicef en el 
2008 señalan que en el Perú, tras la lluvia de millones de todas las yanacochas 
reunidas, 27 de cada 100 niños menores de cinco años padece de desnutrición 
crónica.

Esta es otra deformación de la síntesis. Porque en Huancavelica esa hambre a 
tiempo completo llega al 49 por ciento de los niños menores de cinco años. Y en 
doce de las veinticuatro regiones del país la desnutrición infantil llega al 30 
por ciento.

Lo más decidor es que la estadística de desnutrición se ha mantenido constante 
en los últimos diez años. No lo digo yo. Lo dijo el año pasado en Lima, 
discretamente, Nils Kastber, director regional de la Unicef para Latinoamérica 
y el Caribe.

-Claro –dirá alguno-, pero lo que no dice el columnista criticón es que la tasa 
internacional de mortalidad infantil es de 68 niños por cada mil nacimientos.

Y eso es cierto. Y también podríamos decir que, a cifras del 2008, hay 148 
millones de niños con hambre en el Tercer Mundo. Y que en Sierra Leona la tasa 
de mortalidad infantil es de 262 por mil. Y que cada 24 horas mueren, de 
infecciones prevenibles y diarreas evitables, 25,206 niños (1,050 por hora).

Sí, todo eso es cierto. Pero no sólo está aquello de que a mal de muchos 
consuelo de tontos. Es que cuando hablo de Puno hablo del mundo. Porque no 
somos globales porque la Coca Cola se venda en todas partes ni porque las 
fusiones corporativas sin nacionalidad prosperen. 

Tendremos que ser globales en la solidaridad, en los valores, en el sufrimiento 
de los otros.

Hemos avanzado (en el 1996 de Fujimori la mortalidad infantil peruana era de 43 
por cada mil). Pero no hemos avanzado tanto como fingimos creer. Avanzaríamos 
mucho más si la política y la justicia social se reconciliaran y la economía y 
la redistribución dejaran de ser tan enemigas. En suma, si la neumonía infantil 
de Puno nos arrancara una lágrima.


 


      

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