De Gustavo Catalán, avui en el "Diario de Mallorca": clarificador i senzill, amb una perspectiva general lluny del dia a dia. Ideal per convèncer a indecisos (d'altres ja n'estan de convençuts, d'una banda o de l'altra).

Salutacions,
Manel

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Cuando el miedo es el mensaje

El diálogo sobre propuestas alternativas es consustancial al progreso. Sin embargo, aquí no hay otras voces que las de condena. Y augurios de males sin cuento hasta llegar al absoluto desastre sin exorcismo que valga: "Ningún país resistiría esto". Son los mensajes del miedo, que impiden el sosiego y un análisis ponderado. Sólo planteamientos sesgados, extrapolaciones sin fundamento y exageraciones, cuando no falsedades, con tal de allegarse votos sin importar el cómo ni el porqué. Demagogia para amplificar inquietudes y generar otras; desencantar, negar la esperanza, asegurar traiciones por parte del Poder, inocular sospechas, fomentar el antagonismo y, en síntesis, deformar la realidad a medida del interés partidista: electoral.

No hay como alimentar la percepción de amenaza para recoger los frutos del miedo, y la estrategia tiene en Bush su mejor exponente. Aquí, el temor es polifacético ya que no multicolor, porque prima el cenizo. Miedo a que el matrimonio tradicional pudiera desvirtuarse al legalizar el de parejas de un mismo sexo, ¿recuerdan? A que los americanos nos miren con malos ojos tras retirar las tropas de Irak (una "cobardía" que terminará por contagiarse tras la desastrosa ocupación de aquel país); miedo a que el cultivo de células madre abra la espita del desmadre genésico o a que el debate sobre la eutanasia encubra deseos asesinos para con los desvalidos.

Miedo a la pobreza si la ordenación territorial se antepone a los intereses urbanísticos, a que se imponga un credo educativo cuando la propuesta es desligarse de él; miedo al futuro, al aislamiento, a la incompetencia del Estado o a sus turbios manejos (por ejemplo, insinuación de que la excarcelación de etarras era fruto de un pacto) y, para esa escalada de múltiples miedos, hipótesis incontrastables cuando no flagrantes contradicciones. En el más puro estilo del terror cósmico. La ETA fue responsable de la matanza de Atocha y, si pretenden ocultarlo, será por algo inconfesable. Respecto a las embustes, resulta que las conversaciones con el entorno de la banda no tienen precedentes, afirma cínicamente Aznar, ese hombre dogmático y de voz pretérita cuyos modos y talante rechazó en referéndum una mayoría de ciudadanos.

La estratagema de abonar la alarma social se hace notoria en dos cuestiones de gran calado: diseño autonómico y terrorismo. Aunque nada cambiaría si ambas terminasen -¡ojalá!- felizmente, es decir, en bien de casi todos. Nada cambiaría porque nos tienen acostumbrados a pasar página, sin hacer balance, cuando un miedo se disipa pese a su empeño en avivarlo. Entonces, tábula rasa y a por un nuevo peligro. La restitución de los documentos de Salamanca representaba un expolio que iba a producir poco menos que el levantamiento popular y ya ven: ¿han vuelto a oír, a leer algo al respecto en las últimas semanas? Y se me figura que los matrimonios heterosexuales andarán más preocupados por el aumento del precio del dinero y su influencia en las hipotecas, que por las uniones que motivaron en su día manifestaciones callejeras.

Pero vayamos a lo anterior. En cuanto al nacionalismo, se tiende a atribuir la tantas veces anunciada "ruptura de España" (Balcanización la llama Aznar, en su única aportación, plagiada, a la expresión de un pensamiento añejo) al espíritu atávico e insolidario. A cortedad de miras -"No han entendido", sentenció tras el resultado de las elecciones vascas-, en vez de integrar las diferencias en un diálogo de concordia. En su defecto, otra vez el miedo: a una deriva de final cataclísmico y, contra el nacionalismo reduccionista, otro de corte impositivo; un totalitarismo que se ejerce a la par que se denuncia y, como razón suprema, el pensamiento orteguiano: "Castilla hizo a España". Desde ahí, criminalización del disenso y de nuevo el miedo y la incomprensión.
Por lo que respecta al terrorismo, miedo a la humillación, víctimas interpuestas, frente a expectativas más o menos fundadas de la paz en el horizonte. Miedo a la pérdida de protagonismo y proclamas que dicta la conveniencia: desde que se negoció con ETA en el marco de una tregua, a que nunca se hizo y, en tal caso, para conocer si había rendición en ciernes, digo yo que sobraban los viajes a Ginebra y bastaba el teléfono. O que es fácil acabar con la violencia (de nuevo el ínclito Aznar), lo que pone en solfa la eficacia de su gestión. Afirmaba Ignatieff que es la respuesta al terrorismo, más que el propio terrorismo, lo que mina la democracia. ¿No les parece que estamos en eso? Porque en un ambiente de creciente individualismo, una política de descalificación sistemática de las instituciones y sus decisiones, política del miedo, en suma, es el recto camino para convertir la democracia en un teatro; en mero formalismo. Y es que además, como apuntaba, cuando determinado miedo se revela infundado, cuando deja de ser rentable y no puede instrumentalizarse, sobreviene el silencio en la terrible confianza de que algo queda. Por eso, también sobre los silencios convendrá reflexionar. Próximamente.

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