Tomado de ELEMENTOS DEL PERU
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“La luz se hizo sombra…”
"La luz se hizo sombra... y nació el indio" 
Alicia Maguiña

Terminada la conquista España convirtió al nativo en esclavo y llamó al peruano 
indio para describir a un ser débil, enfermo, infantil, sin inteligencia y 
bueno para sirviente, negándole toda consideración humana y, con ello, los 
elementos vitales para la existencia humana como la alimentación apropiada, la 
educación y las oportunidades de resurgir. Fue postergado y segregado, sin la 
posibilidad de alcanzar los mismos derechos que detentaba la minoría española. 
Su vida estaba a disposición del intruso quien podía, impunemente, darle fin 
cuando lo deseara para lo cual contaba con el anticipado perdón de la Iglesia.

Tras ese destino que España dio al peruano se ocultaban las formas más 
despiadadas e indolentes de la explotación humana pues los españoles querían 
ser en el Perú lo que jamás serían en su tierra, es decir, grandes amos. La 
codicia por las riquezas para convertirse en una suerte de "señores" no tuvo 
límites y se apoderaron de las tierras y herramientas de los ayllus y del 
trabajo de miles de miles de súbditos peruanos adscritos a esas colectividades 
dando rienda suelta al establecimiento de un régimen tirano causante de una de 
las atrocidades más terribles de la historia humana.

Los súbditos incas fueron llevados a una situación de esclavos y convertidos en 
animales de trabajo, a los que se les dio un trato inclemente como por ejemplo 
el de las minas de donde la única vía para salir de los socavones era muerto. 
Cuentan crónicas de Huancavelica que cuando un mitayo llegaba a uno de esos 
pueblos próximos a las minas de mercurio encontraba solamente mujeres viudas 
porque sus esposos habían muerto envenenados en esas minas. La mujeres se 
divertían con el mitayo y el primer domingo de estadía en ese lugar 
organizábanle una misa de difunto con la persona viva porque sabían que ni 
siquiera su inerte cuerpo sería recuperado. No faltaron algunas aisladas voces 
de sacerdotes nativos de Lima, Tarma, Cusco y Quito que lanzaron algunos 
escritos que intentaban poner total freno a la despiadada carnicería humana 
impuesta por España, pero esas proclamas sirvieron al español para animalizar 
al runa diciendo que eran seres
 mentalmente débiles y carentes de inteligencia por lo que el trato que les 
daban era el apropiado.

Uno de los resultados del abuso de los invasores fue la reducción de la 
población que en menos de 100 años de intrusa presencia fue llevada a menos de 
4% de la población que encontraron. Una revelación de esta naturaleza confirma 
que durante el coloniaje español en el Perú se dio el genocidio más terrible 
que  que puede contar la historia de la humanidad. Ese humillante coloniaje 
generó en el peruano de la época de los sangunarios virreyes un problema 
sicológico. El súbdito inca terminó creyendo que eran inferiores a los enviados 
por España tal y conforme lo querían los intrusos pero caviló escrupulosamente 
la necesidad de defenderse lo que se manifestó en el desdoblamiento de su 
carácter y de su temperamento. Así, durante el coloniaje, aparece la mentira en 
sus respuestas para corresponderle con el mismo pago al invasor y también para 
lograr alguna ventajilla en la sociedad y, para sobrevivir, robó alimentos a 
los españoles en
 haciendas, mercadillos y calles. Perdió el interés por el trabajo puesto que 
éste era gratuito y destinado para enriquecer a otra persona en las tierras que 
ésta le había arrebatado. Con esa conducta lo único que hizo el runa fue 
adaptarse a las reglas de una sociedad basada en el engaño y la maldad, donde 
imperaban el abuso, la desigualdad, la humillación y la explotación.

Miestras tanto desde los púlpitos de los templos católicos la Iglesia oficial, 
española, inquisidora y orgánica decíale al peruano de los Andes que ese 
sufrimiento era divino por algo malo que hicieron sus padres y que debían 
conformarse y aceptar con resignación y alegría porque ese mandato era de Dios. 
Así, dominicos, franciscanos, mercedarios y otras órdenes de esas épocas 
terminaron por hacerles creer a los peruanos de los Andes que ese era su 
destino y que no había otra alternativa más que aquella de servir al español 
incluídos los sacerdotes. A partir de este momento y para sobrevivir a la 
irreprimible malicia y codicia de los españoles, el peruano tuvo que tomar 
muchas facetas en su personalidad y aprendió a mentir, a dar excusas para no 
trabajar en las tierras que le habían robado los intrusos y a odiar. Se cuenta 
que cuando en las soledades de los atardeceres andinos el indio peruano 
encontraba a un español borracho en las
 calles de una villa, el peruano andino aprovechaba la oscuridad para mearlo en 
la cara.

Nada tiene que agradecer el peruano a España sino reprocharle el genocidio que 
llevó la población peruana a niveles muy cercanos de la extinción. El intruso 
estableció una sociedad de miseria que se basó en la servidumbre que cortó de 
plano la vía del desarrollo en la que estaban encaminados los incas. El peruano 
no puede sentirse orgulloso de una presencia en nuestro país como la de España 
porque ella trajo dolor y pena para nuestros compatriotas que humillados 
prefirieron estar de pie un segundo para para no vivir de rodillas, en lugar de 
arrodillarse un segundo para mantenerse en pie toda su vida. Gran ejemplo nos 
dejaron esos mártires del Perú. Este ejemplo lo legamos también del Libertador 
Túpac Amaru.


 


      

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