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ELPAIS.ES
   EDICIÓN IMPRESA > opinión
Einstein, Israel y Palestina
Por José Manuel Sánchez Ron

José Manuel Sanchez R, es catedrático de Historia de la Ciencia en la 
Universidad de Madrid.

Algunos de mis mejores amigos son estadounidenses de origen judío. Como 
historiador de la ciencia, una de cuyas supuestas especialidades es la 
física del siglo XX, entre los personajes que más admiro figuran varios 
científicos de origen judío, alemanes, por supuesto, pero también de otras 
nacionalidades, como austriacos, húngaros, holandeses o norteamericanos. 
Creo, asimismo, haber dejado constancia en mis escritos, cuando la ocasión 
lo requería, de los sufrimientos, humillaciones y persecuciones con que se 
encontraron a lo largo de, sobre todo, la primera mitad de esa centuria 
muchos de esos científicos judíos cuyas vidas y obras tanto tiempo me han 
ocupado; y tampoco olvidé esforzarme por intentar mostrar los ejemplos de 
grandeza moral que en ocasiones se pueden encontrar entre ellos. Como 
historiador sé, asimismo, que el pasado que nos afanamos en reconstruir 
transcurrió las más de las veces por territorios sinuosos, a través de 
escenarios más propicios a los claroscuros que a rotundas luces y sombras, 
por, en definitiva, universos sociales en los que se enfrentaron muy 
diversos intereses y motivaciones, que no siempre es fácil -o posible- 
subordinar o enjuiciar desde los puntos de vista de la justicia, la ética o 
la razón desapasionada. Y también sé que si el pasado fue así, ¿por qué iba 
a ser diferente el presente?

Aclaro todo esto no porque pretenda dar ninguna lección o desempeñar algún 
protagonismo personal, sino, únicamente, por intentar dejar claro desde el 
principio que mi visión del mundo no es, creo, ni radical ni intransigente 
con respecto al universo humano, intelectual o histórico que se suele 
denominar, sin demasiada precisión, 'judío'; que no me encuentro entre los 
que no se sienten, por decirlo de alguna manera, cómodos en, o ante, él. 
Establecido todo esto, pasaré al punto concreto que deseo tratar.

La historia puede enseñarnos, como he señalado, que la realidad humana, 
individual e institucional es compleja y no siempre libre de 
contradicciones, pero esto no quiere decir que no sea posible en ningún caso 
establecer criterios o juicios morales; esto es, que sea imposible 
distinguir entre situaciones o posturas inaceptables o injustas. En mi 
opinión, esto es lo que ocurre en la actualidad con las actitudes, 
planteamientos y actuaciones del Gobierno -y, a través suyo, del pueblo- de 
Israel con respecto a los palestinos. No ignoro, sin embargo, que es difícil 
encontrar nuevos argumentos para defender semejante juicio; que la historia 
y las palabras, de tanto ser usadas, a veces se convierten para aquellos a 
los que pretenden convencer, a los que van especialmente dirigidas, en algo 
así como letanías, en voces lejanas, rutinarias y, en última instancia, 
vacías. Por eso quiero utilizar en esta ocasión la palabra de un judío muy 
admirado y honrado en Israel: Albert Einstein.

Que Einstein contribuyó de manera destacada a la 'causa judía' es un hecho 
tan conocido como innegable. Los ejemplos en este sentido son demasiado 
numerosos como para intentar siquiera resumirlos; citaré, a modo de ejemplo, 
alguno: su primer viaje a los Estados Unidos lo realizó en 1921 en compañía 
de Chaim Weizmann, para conseguir fondos destinados a crear una Facultad de 
Medicina en la entonces Universidad Hebrea que se planeaba edificar en 
Jerusalén, la misma institución a la que siempre ayudó (durante su única 
visita a Palestina, en 1923, pronunció la conferencia inaugural de la 
Universidad, a la que a su muerte dejaría, por legado testamentario, todos 
sus papeles y derechos de autor). Las fotografías y otros documentos que nos 
han llegado muestran claramente la entusiasta, desbordante, recepción que la 
ciudadanía de Nueva York le brindó, con lo que el viaje adquirió una 
importancia que se extendió mucho más allá de la mera recogida de fondos 
para una institución académica. Y es que la principal aportación de Einstein 
a la causa del pueblo judío fue el que éste haya podido contarle 
públicamente entre sus miembros, así como disponer sin reservas de su 
imagen, la imagen del sabio respetado y admirado mundialmente. Su palabra, 
que tantas veces utilizó para defender a los judíos, fue importante, sin 
duda, pero seguramente menos efectiva que su imagen y ejemplo. No es 
sorprendente por ello que en noviembre de 1952, tras la muerte de Weizmann, 
el primer presidente del Estado de Israel, Einstein recibiese la oferta de 
sucederle en el cargo, oferta que en nombre del primer ministro Ben Gurion 
le transmitió Abba Eban, entonces embajador de Israel en Estados Unidos, en 
una carta fechada el 17 de noviembre. El día siguiente, Einstein rechazaba 
la propuesta: 'Estoy profundamente conmovido por la oferta de nuestro Estado 
de Israel', escribió, 'y al mismo tiempo apesa-dumbrado y avergonzado de no 
poder aceptarla. Toda mi vida he tratado con asuntos objetivos; por 
consiguiente, carezco tanto de aptitud natural como de experiencia para 
tratar propiamente con personas y para desempeñar funciones oficiales. Sólo 
por estas razones me sentiría incapacitado para cumplir los deberes de ese 
alto puesto, incluso si una edad avanzada no estuviese debilitando 
considerablemente mis fuerzas. Me siento todavía más apesadumbrado en estas 
circunstancias porque, desde que fui completamente consciente de nuestra 
precaria situación entre las naciones del mundo, mi relación con el pueblo 
judío se ha convertido en mi lazo humano más fuerte'. El 21 del mismo mes de 
noviembre revelaba una razón suplementaria al director del periódico 
Ma'ariv: 'También pensé en la difícil situación que podría surgir si el 
Gobierno o el Parlamento tomasen decisiones que pudiesen crear un conflicto 
con mi conciencia; ya que el hecho de que uno no pueda influir realmente en 
el curso de los acontecimientos no le exime de responsabilidad moral'.

En este último punto nos encontramos con otra de las características de la 
visión que Einstein poseía de la 'cuestión judía': era la suya una visión 
crítica, en absoluto incondicional. Precisamente por esto es por lo que 
merece la pena recordar sus opiniones en estos días. Y lo primero que hay 
que decir es que el creador de las teorías especial y general de la 
relatividad se vio conducido al judaísmo como un acto de solidaridad. Un 
acto de solidaridad -que se vería reforzado tras la llegada de Hitler al 
poder en 1933- con un grupo de personas que sufrían discriminaciones, y del 
que sabía que formaba parte, aunque a él inicialmente no le atrajese la idea 
de 'formar parte de algún grupo'; si acaso, como repetidamente expresó a lo 
largo de su vida, se encontraba a gusto en Suiza, en donde estudió y cuya 
nacionalidad adoptó en 1901, después de haber abandonado la alemana en 1896. 
'Cuando vivía en Suiza, no me daba cuenta de mi judaísmo', respondió en una 
entrevista publicada en el Sunday Express el 24 de mayo de 1931. 'No había 
nada allí', continuaba, 'que suscitase en mí sentimientos judíos. Todo eso 
cambió cuando me trasladé a Berlín. Allí me di cuenta de las dificultades 
con que se enfrentaban
muchos jóvenes judíos. Vi cómo, en entornos antisemitas, el estudio 
sistemático, y con él el camino a una existencia segura, se les hacía 
imposible'. En el mismo sentido, con mayor brevedad y claridad aún, si es 
que cabe, dos años antes había escrito: 'Hace 15 años, al llegar a Alemania, 
descubrí por primera vez que yo era judío, y debo ese descubrimiento más a 
los gentiles que a los judíos'. De manera similar, más de uno seguramente 
pensará durante estos días que debe a los judíos, al Gobierno de Ariel 
Sharon y todos aquellos que explícita o implícitamente le secundan o 
toleran, el descubrimiento y sentimientos de simpatía por el pueblo 
palestino, aun sabiendo que este pueblo, como el de Israel, acoge en su seno 
a personas que con sus actos no respetan ese tesoro que es la vida de otros 
humanos.

Einstein era judío por origen, sí, pero más importante para él era ser, o 
intentar ser, una persona digna e independiente: 'Por herencia, soy un 
judío; por ciudadanía, un suizo, y por mentalidad, un ser humano, y sólo un 
ser humano, sin apego especial alguno por ningún Estado o entidad nacional', 
escribió el 7 de junio de 1918 a Adolf Kneser; y el 3 de abril de 1935 a 
Gerald Donahue, un estadounidense que le había escrito expresando la idea de 
que los judíos eran primero, y por encima de todo, ciudadanos de sus países: 
'En última instancia, toda persona es un ser humano, independientemente de 
si es un americano o un alemán, un judío o un gentil. Si fuese posible obrar 
según este punto de vista, que es el único digno, yo sería un hombre feliz'.

Aun así, es cierto que también se planteó preguntas que muchos, antes y 
después que él, se han formulado: ¿en qué consiste ser judío? Y en numerosos 
lugares ofreció respuestas que, legítima y razonablemente, fueron y son 
utilizadas por los defensores de la causa hebrea. Así, en la revista 
estadounidense Collier manifestó en 1938: '¿Cuáles son las características 
del grupo judío? ¿Qué es, de hecho, un judío? No existe una respuesta 
sencilla a esta pregunta... El judío que renuncia a su religión (en el 
sentido formal del término) continúa siendo un judío'. Tras lo cual añadía, 
en unas palabras que resuenan dolorosamente en la actualidad: 'Lo que une a 
los judíos y los ha unido durante miles de años es, en primer lugar, un 
ideal democrático de justicia social y la idea de la obligación de ayuda 
mutua y tolerancia entre toda la humanidad'.

¿Y qué pensaba sobre la posibilidad de que se crease un Estado judío? Apoyó 
la idea, desde luego, del retorno institucional de judíos a Palestina. Pero 
es preciso detenerse en sus opiniones y en los diversos argumentos que 
utilizó. Así, en un discurso que pronunció en Nueva York el 17 de abril de 
1938, con motivo de un acto organizado por el Comité Nacional de Trabajo 
para Palestina, reconocía que 'el pueblo judío ha contraído una deuda de 
gratitud con el sionismo. El movimiento sionista ha revivido entre los 
judíos el sentimiento comunitario, y ha llevado a cabo un esfuerzo que 
supera todas las expectativas', y también que los judíos se encontraban en 
una situación difícil en Palestina ('los campos que se cultivan durante el 
día han de tener protección armada durante la noche, a causa de los ataques 
de bandidos árabes fanáticos'). Pero Einstein no terminaba su exposición 
ahí, tenía más cosas que decir, en las que mostraba temores que 
desgraciadamente no han resultado infundados: 'Quiero agregar unas pocas 
palabras, a título personal, acerca de la cuestión de las fronteras. 
Desearía que se llegase a un acuerdo razonable con los árabes sobre la base 
de una vida pacífica en común; me parece que esto sería preferible a la 
creación de un Estado judío. Más allá de las consideraciones prácticas, mi 
idea acerca de la naturaleza esencial del judaísmo se resiste a forjar la 
imagen de un Estado judío con fronteras, un ejército y cierta cantidad de 
poder temporal, por mínima que sea. Me aterrorizan los riesgos internos que 
se derivarían de tal situación para el judaísmo; en especial los que surjan 
del desarrollo de un nacionalismo estrecho dentro de nuestras propias filas, 
contra el que ya hemos debido pelear con energía, aun sin la existencia de 
un Estado judío'. ¿Qué habría pensado y dicho sabiendo de la existencia de 
campos militares israelíes de confinamiento de palestinos en Ofer, cerca de 
Ramala, en Salem, en Yenín? ¡Campos de confinamiento de los que son 
responsables los hijos del Holocausto! ¿Habría resistido su corazón el viaje 
que ha conducido a su pueblo, utilizando la dramática expresión empleada en 
este mismo periódico por José Saramago, de las piedras de David a los 
tanques de Goliat?

Urgía Einstein, como vemos, una solución del conflicto árabe-judío en 
Palestina basada en un mutuo acuerdo y comprensión, aunque bien es cierto 
que en 1948 se resignó a la idea de una solución que implicase la partición 
del territorio. En cualquier caso, hasta prácticamente los últimos días de 
su vida mantuvo estas preocupaciones. El 4 de enero de 1955, pocos meses 
antes de su muerte (falleció el 18 de abril), escribía a Zvi Lurie, un 
prominente miembro de la Agencia Judía en Israel: 'El aspecto más importante 
de nuestra política debe estar siempre presente: manifestar el deseo de 
instaurar una completa igualdad para los ciudadanos árabes que viven en 
nuestro medio, y darse cuenta de las dificultades inherentes en su situación 
actual... La actitud que adoptemos hacia la minoría árabe significará la 
prueba verdadera de nuestros valores morales como pueblo'.

Albert Einstein no dejó nunca, es evidente, de apoyar la causa judía, un 
aspecto de su personalidad que le ennobleció por todo lo que significaba en 
una persona de su tipo ('una naturaleza de temple fino', manifestó en 1918, 
'anhela huir de la vida personal para refugiarse en el mundo de la 
percepción objetiva y el pensamiento'), pero he intentado demostrar que, 
aunque sus simpatías, su solidaridad y su, aunque fuese primitivo, sentido 
de pertenencia perteneciesen inequívocamente al 'pueblo' hebreo, no fue 
ciego a las razones y sentimientos de los árabes palestinos. Se puede 
argumentar que, ante la violencia palestina que, sin duda, de ninguna clase 
existe y ha existido violencia terrorista (no tengo ningún problema en 
calificarla de esa manera si es preciso, aunque sí de adjudicar al pueblo 
palestino la propiedad exclusiva de tal violencia), Einstein habría 
terminado justificando (o 'comprendiendo') actuaciones drásticas por parte 
del Gobierno y pueblo del Estado de Israel con respecto a los palestinos; 
incluso se puede en este punto recordar que él, el pacifista declarado de la 
Primera Guerra Mundial, terminó dirigiendo -porque temía lo que Hitler 
pudiera llegar a hacer- la famosa carta de agosto de 1939 al presidente 
Roosevelt, misiva que ayudó a poner en marcha el Proyecto Manhattan, que 
condujo a la fabricación de las bombas atómicas que se lanzaron sobre Japón. 
Personalmente, dudo mucho de que hubiese justificado o comprendido jamás 
semejantes actuaciones del Gobierno que una vez pudo presidir o del Estado 
que ayudó a formar. No encuentro en sus escritos palabras que sustenten 
semejante interpretación, y sí muchas que revelan de manera transparente su 
capacidad de ver los dos lados del problema, lo mucho que le desagradaba 
cualquier tipo de nacionalismo y violencia, y cuánto valoraba los 
sentimientos humanitarios, que es tanto como decir su capacidad de compasión 
y solidaridad para con los débiles. Por esa compasión y sentimiento de 
solidaridad había descubierto y aceptado, repito, su pertenencia al pueblo 
bíblicamente legendario que es Israel.

Y cuando se compara la fortaleza de israelíes y palestinos hoy día, pocas 
dudas pueden caber de quién es el más débil. Las imágenes de las ruinas de 
Yenín, de puertas de hogares palestinos marcadas con cruces por soldados 
israelíes, el aislamiento forzado (en Ramala) de un Gobierno que, aunque 
pueda ser cuestionado posee legitimidad, debería hacer sangrar los espíritus 
de aquellos que sufrieron lo que hoy denominamos con toda propiedad 
Holocausto. A ellos más que a ningún otro. El débil siempre tiene un poco 
más de razón, aunque sólo sea porque tiene muchas menos oportunidades de 
defender sus razones. Israel, recordemos, posee no sólo los tanques de 
Goliat, sino también armamento atómico (un reciente estudio -1996- del 
International Peace Research Institute de Estocolmo evalúa el arsenal 
nuclear israelí en entre 55 y 95 bombas atómicas).

El 19 de octubre de 1947, contribuyendo al acto en el que puso la primera 
piedra de un monumento a la batalla del gueto de Varsovia y a los judíos que 
perecieron en Europa que se iba a erigir en Nueva York, Albert Einstein 
escribió: 'La solemne reunión de hoy posee un profundo significado. Pocos 
años nos separan del más horrible crimen de masas que la historia moderna 
tiene que relatar; un crimen cometido no por una masa de fanáticos, sino en 
un frío cálculo del gobierno de una nación poderosa. El destino de las 
víctimas que han sobrevivido de la persecución alemana es el testimonio del 
grado en que se ha debilitado la conciencia moral de la humanidad'. Algunos 
pensamos que, rebajadas en la medida que haga falta, con todos los 'peros' y 
precisiones que sea preciso introducir, aceptando que Sharon y Arafat no son 
probablemente demasiado diferentes en cuanto a historial y estatus moral, 
esas palabras se podrían aplicar también a algunos de los actos y políticas 
actuales del Gobierno de Israel en Palestina.

Bastantes años antes de esas manifestaciones, el 25 de noviembre de 1929, 
Einstein escribió a Chaim Weizmann otras frases que también deberían estar, 
hoy acaso más que nunca, en la mente del pueblo de Israel: 'Si no logramos 
encontrar el camino de la honesta cooperación y acuerdos con los árabes, es 
que no hemos aprendido nada de nuestra vieja odisea de dos mil años, y 
mereceremos el destino que nos acosará'.


http://www.elpais.es/articulo.html?xref=20020502elpepiopi_8&type=Tes&anchor=elpepiopi&d_date=20020502



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    cortesia de Anibal Monsalve Salazar

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